Entrevista Imaginada (Auto Reportaje)

¿Cómo llegó a la Psiquatría?

 

Antes aún de iniciar los estudios médicos, por lecturas prematuras del psicoanalisis que, en mi ignorancia de adolescente, creía era la forma moderna de la Psiquiatría. Después, fue patente la búsqueda de un saber antropológico integral, a través de la Medicina.  Al término de la carrera me sentí fuertemente inclinado a la Medicina Interna, infuído por excelentes clínicos que fueron nuestros maestros.

 

¿Cuál es la tarea asistencial más importante cumplida por Ud.?

La creación y organización, como Director General, del Instituto Nacional de Salud Mental “Honorio Delgado-Hideyo Noguchi”. Dejé ahí mis mejores esfuerzos y energias. Por esta razón, en un país de “desmemoriados”, escribí, pocos meses después de dejar el cargo, un libro como testimonio de la experiencia (Salud Mental y Realidad Nacional, Lima, 1987).

 

¿Que pretendía el Instituto de Salud Mental?

Contribuir al desarrollo auténtico de la Psiquiatría Peruana en el concierto mundial. Recuperar para el Perú, a través de la investigación, la asistencia y la docencia, la posición de liderazgo que tuvimos en otros tiempos.

 

¿Ha formado discípulos?

No. Solo buenos amigos de alguna manera influídos por mis intereses intelectuales y mis hábitos de trabajo. En Psiquiatría prima el autodidactismo y si no existe esta disposición autoformativa, a mi ver no se forja el médico calificado. Honorio Delgado es el ejemplo paradigmático de esta presencia y este ejercicio complejo que es la medicina mental.

 

¿La Revista de Neuro-Psiquiatría contribuye al proceso formativo?

Si. Difunde la producción peruana y de distinguidos cultivadores de la Psiquiatría y disciplinas conexas. Ha entrado al año 58 de aparición ininterrumpida.  Excelencia y continuidad son  sus rasgos principales. Colaboro con ella desde 1955, hace cuarenta años, y accedí a su dirección en 1969, tras a desaparición física de Honorio Delgado, por gentil invitacíón del Profesor Oscar Trelles; y desde 1990 comparto su conducción con el Dr. Luis Trelles. Estamos ahora preparando a la generación del relevo.

 

¿Qué significa la Revista de Neuro-Psiquiatría en su ya largo peregrinar por la medicina y la especialidad?

Una permanente fuente de satisfacciones espirituales. Es la más antigua en América Latina y a través de ella hemos establecido lazos con las principales publicaciones del continente y el mundo. Es, como Ud. sabe, la única revista médica que no ha dejado de publcarse de modo regular en el Perú. No la hago solo, tengo pocos pero conspícuos colaboradores.

 

¿Existe entre los estudiantes de medicina y los jóvenes médicos de hoy nclinación por la Psiquiatría?

Es un fenómeno mundial el decremento estadístico del interés por la especialidad. La presencia de esa persona diferenciada, con amplia perspectiva humanística y vocación de servicio al enfermo mental, ha disminuído en número y, lo que quedan,  busca otras áreas de las ciencias de la conducta humana; en nuestro medio me parece que la Medicina Interna convoca los mejores espíritus.

 

¿Cómo afecta a la medicina el auge tecnológico?

Pese al desarrollo tecnológico en medicina, que afecta tanto la relación médico-paciente, en Psiquiatría y en otros campos de la medicina se cultiva aún el tradicional “campo íntimo”, la relación directa, “artesanal” y confidente con el paciente.

 

¿Que opina sobre los avances extraordinarios de la terapéutica psiquiátrica?

Aunque hoy estamos “fuera del circuito” de la aplicación precoz de los nuevos psicofármacos, en un mundo interconectado nos llega la experiencia y la oportunidad de beneficiar a nuestros pacientes con estos avances. Conviene recordar que los llamados “tratamientos biológicos” fueron ensayados en nuestro medio antes que en otros, de mayor desarrollo. Y ello se debió al permanente  reclamo de los Maestros, grandes figuras de la Psiquiatría Peruna.

 

¿Cómo definiría Ud., en una frase, la obra de Honorio Delgado?

La propuesta esencial  de Honorio Delgado estuvo encamina al desarrollo de una “psiquiatría eficaz”. Esta es la nota permanente de su obra. Lo sorprendente es que, además de esta tarea extendida a los largo de su vida, cultivara al mismo tiempo otras áreas del conocimiento científico y humanístico, la Filosofía en particular. Se tiene a veces una visión sesgada del aporte de este maesto, que lo califica como teórico y “literaturizante”: nada más alejado de la realidad. Ahi está su obra escrita, que es un mensaje vigente, para calificarlo con propiedad.

 

¿Que hace Ud. fuera de la práctiva privada?

Dedicado como siempre a la práctica privada, derivo satisfacciones de este trabajo, puesto que es acceder al mundo interior del prójimo y asimilar estas experienias, a veces como propias.  Cumplo aún actividades, no muy rígidas en horario, en la vida universitaria, en la Universidad Peruana Cayetano Heredia en particular; y participo activamente en la vida académica. Accederé a fines de esta año a la presidencia de la Academia Nacional de Medicina y soy titular de la Academia Peruana de la Lengua.

 

¿Otros médicos en la Academia de la Lengua?

Lamentablemente no, pese a que tenemos en nuestro medio  médicos cultivadores del buen decir. Don Honorio Delgado fué Titular de la Academia de la Lengua desde 1949 hasta su deceso. Parece que la Academia necesitaba un médico y fuí elegido en 1993, pese a no tener, seguramente, los méritos requeridos. Fue un gran honor ocupar el sillón dejado vacante por Honorio Delgado desde  su desaparición física en 1969.

 

¿Lee Ud. mucho? ¿Escribe Ud. mucho?

Fui siempre lector omnívoro y he publicado algunos libros, ensayos y artículos, pero tengo pendiente mucho material, que quedó acumulado por atender deberes prioritarios. Ahora lo reviso aunque tengo conciencia que solo una parte llegará a la imprenta. Estoy escribiendo también sobre otros temas gratos a mi espíritu, dentro y fuera de la medicina. En un libro en preparación examino el desarrollo de la psiquiatría peruana en el siglo XX. ¿Será lo mejor? Será, en todo caso, según el querer de Baltazar Gracián,  “lo menos malo”.

 

¿Otras actividades?

Las muy gratas de investigar y publicar sobre la vida y la obra de JCM. Edito con mi hermano José Carlos el Anuario Mariateguiano. En el año calendario del Centenario, participé en una serie de actividades: estuve 60 días fuera del país, atendiendo invitaciones en Francia, Italia, España, México y Cuba. Obviamente, no pude estar presente en todos los actos recordatorios.

 

¿El acto más emocionante?

La colocación de una placa de mármol en la casa que habitaron mis padres durante los años que vivieron en Roma. El acto fue organizado por el Municipio de la Ciudad Eterna, la Embajada Peruana y el Instituto Italo-Latinoamericano. Me acompañó mi hijo José-Carlos. Esa placa fue una fantasía que alimenté desde 1966, año en que visité Roma por primera vez.  Repetí la peregrinación cuantas veces la vida me llevó a la Ciudad de los Césares y los Papas. Después de casi treinta años, la fantasía se trocó realidad. ¿Puedo esperar algo más?

JCM quiso un socialismo en libertad – Oiga 13/06/1994

Hijo menor de José Carlos, Javier Mariátegui Chiappe conversó con OIGA extensamente. Sus recuerdos iniciales, la difusión de la obra de Mariátegui, los obstácu­los e inconvenientes que esta difusión tuvo en los inicios, la ausencia de continuadores de su obra y la vigencia o no de los principales planteamientos de Mariátegui fueron algunos de los tópicos abordados en esta conversación. Políticamen­te, Javier Mariátegui sostiene que su padre abogó por un socialismo en libertad y que no habría tolerado los excesos y las arbitrariedades cometidas por el ‘socialismo real’ en nom­bre de la denominada ‘dictadura del proletariado’. Veamos:

DOCTOR Javier Mariáte­gui, usted nació en 1928, ¿cuáles son sus primeros recuerdos de José Carlos Mariátegui?
–Mis recuerdos son simplemente amnésicos en lo que a mí concierne, porque un niño tiene recuerdos de su vida sólo a partir de los dos y medio o tres años, con fir­meza recién a los cinco ‘memoria conso­lidada’. Al comienzo creí que algo me acordaba, pero eran ilusiones del recuer­do. Yo nací en la casa de Washington y fui un inocente testigo de la muerte. Con­forme crecía, asimilaba el entorno, a reparar de las etapas duras que la familia pa­saba, con cambios domiciliarios. Mi madre tuvo que ir desprendiéndose de muebles y otras cosas, para la subsistencia.

Hasta que pasamos a la calle Juan Pablo, donde mi madre pone una pensión con una vecina suya que vivía al lado de la casa de Washington. De eso sí tengo recuerdos nítidos.

Y del entierro, que fue muy impac­tante….
–Del entierro me cuentan que yo es­taba perplejo. Me habían informado que había muerto mi papá y que yo no en­tendía que era eso. No entendía el con­cepto de muerte como pérdida del ser. Me cuenta una prima, Amalia Cavero, que yo repetía en mi lenguaje incipiente que me apenaba que estuviera mi papá más enfermo, cuando en realidad estaba muerto.

¿Y cómo fue descubriendo, ya no a Mariátegui padre, sino a Mariátegui pensador?
–Es que yo estuve siempre cercano a todo ello. Un ejemplo puede servirle. Yo estaba aprendiendo a leer y en la casa había un depósito de libros con una ruma de tomos de la Poesía de Eguren, una antología de su poesía. Era una edición mala, con muchas erratas, y Mariátegui no quiso que se difundiera. Iba a hacer una nueva edición. Recuerdo que las pri­meras letras las aprendí con las poesías de Eguren, que entonces me pareció que era lectura para niños. Eso fue parte de un proceso. Muy pronto vi también los papeles que dejó Mariátegui, las cosas por hacer, y comenzamos a experimen­tar los cuatro hijos el reclamo de nuestra madre de que nosotros, al llegar a cierta edad, tendríamos para ocuparnos de la obra de José Carlos.

Ese trabajo sería nuestro, ocuparnos, apenas estuviésemos en condiciones y en edad aparente, de la obra de Mariátegui. Igualmente recuerdo de esa época la pre­sencia de Antonio Navarro Madrid, que estaba perseguido, y recuerdo que en el techo había un cobertizo y un aparato rústico de imprimir. Después me enteré que ese equipo, que para mí siempre fue misterioso, era un mimeógrafo donde se­guramente se imprimía algún tipo de ma­terial propagandístico. Alguna vez también Rabines, que estaba perseguido, es­tuvo escondido unos días en la casa de la calle Agricultura, y es cuando se decide ensamblar sus obras ‘Defensa del marxis­mo’ y El alma matinal que Mariátegui había dejado prácticamente listos, para imprimirlos en Buenos Aires. Ana le pi­dió a Rabines que ayudara en la prepara­ción, pero Rabines nunca tocó esos ejem­plares. Alguna vez le dijo: «Anita todo esto ya está rancio; todo esto ya ha sido superado».

¿Qué significaba ‘rancio’ y ‘supera­do’?…
–Como añejo. Es que Rabines traía dos consignas: hay que ‘Desmariategui­zar’ el partido, y hay que ‘desamautizar’ el partido. ‘Desmariateguizar’ era liquidar la figura de Mariátegui y dejarlo ahí, qui­zá como un remoto precursor. Y ‘desamautizar’ era quitarle todo lo que tenía de amplitud cultural…

El aspecto literario…
–Así es. Rabines cumplía ciegamente eso. De nada valía la amistad que había tenido con José Carlos. Era un cumpli­dor ciego de las consignas del Buró Sudamericano de la Tercera Internacional y de Codovilla, el secretario general, particularmente.

¿Y por qué Anita, entonces, le pide colaboración a Rabines?
–Es que estaba perseguido, escondido en casa de las hermanas, y en ese lapso cae por la casa unos días. Los papeles estaban en el escritorio y mi madre me cuenta que le pidió ordenarlos para edi­tarlos y así cubrir incluso necesidades alimenticias nuestras, porque podía llegar algo de dinero por derechos de autor. Entonces había un cierto interés en pu­blicar esos libros, incluso por razones prácticas. Esperaba los originales en Bue­nos Aires Samuel Gliesberg de la Editorial Babel. Pero Rabines saboteó esa pu­blicación porque cumplía una consigna. Si no hay edición de los ‘7 Ensayos del ’30 al ’40, si los libros de Mariátegui no aparecen sino por nuestro esfuerzo, cuan­do nosotros entramos ya a ‘la edad de la razón’, es porque estaba vetado en Lima por la política represiva, en el exterior por los funcionarios de la Tercera Inter­nacional.

Entonces es cierto lo que afirma Jor­ge Andújar: que la gran difusión de Mariátegui fue obra de los hijos, en los año ’50…
–Previamente nosotros hicimos, en 1943, la segunda edición de los ‘7 Ensa­yos’. Lo recuerdo porque yo estaba aún en el colegio, en el Maristas de Barran­co, y los hermanos españoles eran casi todos falangistas o franquistas. Cuando apareció esa edición, uno de mis herma­nos tuvo la ocurrencia de regalarle al más reaccionario de los curas un ejemplar y fui objeto de la burla y de la sátira de este cura por algún tiempo. Entonces el libro todavía era el ‘libro rojo’, el libro del escándalo. Había que tener cuidado…

O sea, estaba vetado por Rabines, y por el otro lado también…
–Vetado por la Iglesia. Vetado por la gente formal de derecha, por la gente oficial de gobierno. Si pudimos publicar los ‘7 Ensayos’ en 1943 fue porque du­rante el gobierno de Prado la guerra se decidía a favor de los aliados y había un poco de ‘oxígeno’ democrático para ha­cerlo…

¿Y todos los amigos de Mariátegui, todo el grupo intelectual que se reunió alrededor de ‘Amauta’, todos los corres­ponsales en provincias, por qué no hubo entre ellos una repercusión de los ‘7 Ensayos’ o de la obra de Mariátegui?
–Es que todo eso era como un siste­ma nervioso y Mariátegui era un centro: A su muerte, fue desactivado lo que ‘Amauta’ significaba como gran proyec­to, cultural y político, y se perdió todo. Esa es una de las razones por las que el Apra tuvo auge desde el principio. El Apra no existía en el Perú. Estaba con­formado por grupos de universitarios des­terrados en distintos lugares y eran en realidad muy pocos. La fuerza obrera, la fuerza organizada, la CGTP, todo eso respondía a Mariátegui.

Pero la CGTP estuvo después con Rabines…
–Estuvo con Rabines, sí, pero era gen­te radicalizada e inmadura, como dice Hugo Pesce en el prólogo a Ideología y Política. Se sintieron desorientados con la muerte de Mariátegui y muchos se fue­ron al Apra. Me contaba que él mismo se inscribió en el Apra porque había que militar. Caído Leguía, había que hacer algo. El país vivía una situación confusa.

Entonces, ¿se sintieron desorienta­dos por la caída de Leguía o por la muerte de Mariátegui?
–Pienso que las dos cosas. La muerte de Mariátegui fue la caída de su proyecto de partido socialista y la caída de Leguía fue un fermento que agitó la escena social, hay mucha fuerza en el debate, se discute mucho lo político, el país vivía la recesión del ’29 al 32’… Es interesante ver cómo incluso comités del Partido Socialista fuera de Lima se transformaron en comités apristas. Como Rabines pre­dicaba la consigna «clase contra clase», había tipos conciliadores, que pensaban en una transición democrática y no se sentían cómodos en un Partido Comu­nista. Entonces optaron por el aprismo.

Aun así es curioso que el término ‘mariateguismo’, que era una palabra peyorativa con Rabines, fuese reivindi­cada por Jorge del Prado, alrededor del Partido Comunista nuevamente…
–Claro. Jorge del Prado habla de «vol­ver a Mariátegui», porque durante largo tiempo la expresión ‘mariateguismo’ era un modo de descartar gente y sindicarla negativamente, puesto que era un hete­rodoxo, como un hombre fuera de la lí­nea dogmática y de los cánones de la organización internacional. La difusión escasa del pensamiento de José Carlos se debe entonces no solamente a las difi­cultades económicas para hacer libros, porque se pudieron hacer en Buenos Ai­res, sino al saboteo sistemático de los comunistas que dirigían el partido y que obedecían consignas de Buenos Aires. Y hay que reconocer que ahí pecaron nues­tros amigos, con Antonio Navarro y Jor­ge del Prado y hasta Hugo Pesce, que fueron colaboradores de Rabines. Des­pués, cuando ya en Chile el mismo Rabi­nes es puesto en disciplina, aquí ellos reaccionan. Y eso es en 1943. El cam­bio fue coincidente con un movimiento progresista de izquierda que se fundó en 1944: el Bloque Antifascista. Eran pro­fesionales de prestigio como Hugo Pesce, José Antonio Encinas, Ovidio García Rossell y un tisiólogo famoso. Se había disuelto la Tercera Internacional, porque era uno de los acuerdos de los Tres Gran­des, y había que apoyar a los gobiernos democráticos. Es ahí cuando el Partido Comunista apoya a Manuel Prado y un militante del Partido Comunista, Nicolás Terreros, es autor de la frase: «Prado es el Stalin peruano»…

Que entonces era un elogio…
–Era un elogio, efectivamente. Había que respaldar a Prado porque rompió con el Eje y le declaró la guerra. En esa épo­ca se produjo la reivindicación de Jorge del Prado porque Mariátegui era atacado en la propia Unión Soviética por exper­tos en movimientos de América Latina que acusaban a Mariátegui de ‘populista’ y afirmaban que no tuvo un planteamien­to socialista ni marxista. En la revista ‘Dialéctica’ de La Habana, se produjo el debate y Jorge del Prado y Moisés Arroyo Posada trataron de señalar, contra lo que ellos mismos habían sostenido, que Mariátegui estaba en la ortodoxia marxista, no diré stalinista, pero sí en la ortodoxia que en ese tiempo cuidaba la Unión Soviética. Hay esa etapa corta: todavía habría que esperar un tiempo para publicar en ruso los ‘7 Ensayos’, después de la guerra fría, en 1963.

Hito importante en la difusión del pensamiento de Mariátegui fue la decisión de los hijos de sacar, en 1955, la edición popular de los ‘7 Ensayos’: el famoso 7 Ensayos a 3 soles’…
–Sí. Nosotros habíamos observado que las ediciones de los libros de formato grande tomaban años en venderse. La gente tenía dificultades para comprar libros y había la necesidad de hacer edi­ciones populares. Sandro consiguió un formato de libro que se podía hacer en máquinas pequeñas, evitando el costo que significaba la costura con un pegamento importado. Y así se hizo. Después, en 1959, salió la primera serie de diez to­mitos para la Feria del Libro y hubo un entusiasmo muy grande por las obras completas. Luego hay una etapa, tam­bién larga, en la que van apareciendo gradualmente los otros diez tomos. En relación con ventas, el libro que más atrae es “7 Ensayos’ y le siguen ‘Ideología y Política’, ‘Defensa del marxismo’ y ‘Peruanicemos el Perú’.

De las obras de José Carlos, ¿Cuál es la que usted prefiere?
Bueno, los ‘7 Ensayos’ es el texto fundamental. Después, a mí me encanta ‘El alma matinal’, porque es el Mariátegui de los grandes tópicos, de los planteamientos filosóficos, de los grandes temas literarios y artísticos. Es un Mariátegui muy hondo, muy profundo. Ahora me parece importante también ‘Ideología y Política’ porque existen algunas tesis y planteamientos que se complementan con los editoriales de ‘Amauta’, es importan­te la visión en conjunto. Además me pa­rece muy importante ‘Defensa del mar­xismo’ de polémica y elaboración teórica y ‘Peruanicemos el Perú’, que reúne una serie de textos que pudieran haberse in­tegrado a los ‘7 Ensayos’, porque apare­cieron en la sección de ‘Mundial’ donde Mariátegui publicó casi todo lo corres­pondiente a los ‘7 Ensayos’. Entonces se puede decir que ‘Peruanicemos el Perú’ es un complemento de los ‘7 Ensayos’.

Ese era el nombre de una columna previa, que suscribía el periodista Gastón Roger (seudónimo de Ezequiel Balarezo Pinillos)… ¿Es así?
–Claro, pero un título demasiado gran­de para un periodista costumbrista y li­gero como Gastón Roger. A pedido del director de ‘Mundial’ entonces él dejó la columna y la asumió Mariátegui.

Al asumir esa columna, en setiem­bre de 1925, se produce un giro intere­sante en la producción de Mariátegui. Hasta esa fecha él había estado suscri­biendo mayormente sobre temas inter­nacionales, especialmente europeos; ahí comienza a escribir temas nacionales…
–Claro. Pero en realidad él tenía inte­rés en hacer las dos cosas paralelas. La invitación del director de ‘Mundial’, An­drés Avelino Aramburú, produjo un poco de susceptibilidad en Mariátegui, porque Gastón Roger era su amigo. Entonces Aramburú le aclaró que la columna per­tenecía a la revista. Mariátegui entró a ella al comienzo con poco entusiasmo y se fue enamorando del título gradualmen­te. Porque al comienzo pensaba, según me han contado, que eso de ‘peruanizar el Perú’ podía interpretarse como una especie de patrioterismo, de chauvinis­mo…

Ustedes eligieron ese nombre para el libro…
–Bueno, es que Mariátegui recuperó la acepción de peruanicemos al Perú; la ennobleció, le puso nueva sustancia.

Ahora está identificada con Mariá­tegui y ya no con ‘Mundial’ y menos con Gastón Roger…
–Totalmente identificada con Mariá­tegui, a tal punto que en muchos lugares se pone como lema de Mariátegui: ‘Pe­ruanicemos el Perú’.

Ucronías de Mariátegui, interpretan­do su posible actitud en 1931 y después, se han suscrito por miles. Es un tema controvertido. ¿Cuál sería su ucro­nía?
-Yo creo que el curso político del Perú habría tenido otro desarrollo con Mariátegui. ¡Su presencia era muy respetada!…

¿Habría entrado a la acción políti­ca?
-Por su carencia de ambiciones per­sonalistas, la acción política no lo atraía, casi diría que la rechazaba, pero segura­mente hubiese tenido que entrar en ella. Lo que sí Mariátegui no hubiera acepta­do nunca es el encasillamiento y la sumisión pasiva, y total a las consignas de ninguna organización como la Tercera Internacional. De eso no me cabe la me­nor duda.

Desde 1929 él se sentía muy aislado por las críticas que le hacían…
-Si, claro. Mariátegui tenía tres fren­tes contra él. Por un lado, el leguiísmo, que lo tenía prácticamente preso en su propia casa, cada vez con mayor saña; por otro lado, se había producido la rup­tura con Haya de la Torre y tenía por lo tanto un frente externo, por lo menos a través de la correspondencia; y después, el asedio de la Tercera Internacional… La agonía de Mariátegui, como decía Al­berto Flores Galindo, la polémica con el Komintern.

Ubicándonos en 1931, ¿considera usted contradictorio que la Tercera Internacional acuse a Mariátegui de ‘populista’ y ‘campesinista’, y que aquí, sin embargo, Robines y el PC lanzasen a un campesino apellidado Quispe como candidato presidencial?
–Claro. Esa fue la típica demagogia comunista, porque el comunismo tam­bién tiene su demagogia. Lo que pasa es que se hablaba de la República Quechua y Aimara y entonces se proponía a este obrero lampero de Morococha. Se utili­zaba al indio analfabeto como ‘significante’.

Y ese simbolismo, ¿no podía reflejar cierta íntima convicción respecto a la representatividad de las mayorías en el Perú?

–Yo creo que no. Fue algo postizo.

No me refería a Rabines, sino a la posibilidad de que Mariátegui hubiese simpatizado con una candidatura como ésa…
–Bueno, Mariátegui no creía en la im­provisación, no creía en el ‘bluff’ y ahí está la esencia de su ruptura con Haya y con el famoso Partido Nacionalista Li­bertador. Algo merecido era lo de Julián Quispe. Esa candidatura no era un juego limpio, porque ese pobre hombre no hu­biera podido hacer absolutamente nada, en el caso hipotético de haber llegado a ser Presidente de la República. Simple­mente utilizaron a un indígena como mas­carón de proa, porque era indio, porque era analfabeto, porque era monolingüe quechua, tratando de señalar que ése era un ‘rescate del campesino’. Y no era el rescate del campesino, porque él era obrero minero, que es casi un obrero industrial. Y no hay que olvidar que Ma­riátegui reivindica al indio como campe­sino…

Mariátegui decía: «La liberación de los indios vendrá por obra de los pro­pios indios» ¿Qué nos quiso decir…?
–Bueno, creía que había que hacer todo un trabajo educativo, un trabajo for­mativo, que generara conciencia de clase en la propia masa indígena.

También Mariátegui declaró caducas las tesis pedagógicas al abordar el problema indígena.
–Claro. Las tesis pedagógicas de alfa­betizar al indio y de occidentalizarlo. Pero sí creía que el indio tendría que tomar conciencia de su situación, conciencia de quiénes eran sus reales enemigos e in­corporarse a la dinámica social como cla­se campesina del Perú.

Mariátegui publicó ‘7 Ensayos’ en 1928 y el Perú ha cambiado mucho desde entonces. Sin embargo, en los colegios, por no mencionar a algunas universidades, se sigue, presentando a los ‘7 Ensayos’ como si fuese la imagen del Perú actual…
–Eso es cierto en términos generales, porque los problemas que analizó Mariátegui están vigentes o, como dice César Miró, se han complicado con el curso de los años. El problema del indio es hoy más duro que entonces; el problema de la tierra, el problema de la educación, en fin, creo que como análisis estructural de la realidad del país, como gran plantea­miento, como visión panorámica, ‘7 En­sayos’ está absolutamente vigente.

¿No se siente un poco incómodo al hablar de la vigencia de Mariátegui después de producida la caída del Muro de Berlín?
–No. Por el contrario. Todas las obje­ciones que se hicieron a Mariátegui en el campo socialista ahora resultan que son sus principales méritos.

¿Por ejemplo?
–Por ejemplo, lo que los chinos llamaban social-imperialismo que es el capitalismo’ de Estado, la rigidez del dogma­tismo ruso, esa dictadura del proletaria­do que duró 70 años, cosa insólita. Yo creo que la idea socialista no se ha que­brado. Se ha quebrado el estatismo, el stalinismo y el dogmatismo.

¿Qué entendía Mariátegui por ‘socia­lismo’?
–Mariátegui se refería a un orden so­cial y a un modo de vivir en libertad, con la mayor posibilidad para el desarrollo personal y para la capacidad de lograr los más elevados valores espirituales.

¿No será que a veces hacemos algo elásticos los pensamientos originales para tratar de darles permanente ac­tualidad?
–No me parece. Para Mariátegui el socialismo no era limitarse a la satisfac­ción de las necesidades básicas y resig­narse a una especie de homogenización chata y mediocre. La gente tiene necesi­dad de pensar, de laborar, de jugar con la esperanza, con nuevas creaciones, te­ner una actitud auspiciosa hacia el futu­ro.

En ‘Defensa del marxismo’ y en ‘La Escena Contemporánea’, Mariátegui se define como ‘socialista revolucionario’ y es muy duro al cuestionar al ‘socialis­mo reformista’ y al ‘socialismo parla­mentario, a quienes califica como ‘so­cialismo mediocre’…
–Eso sí, porque le parecía una visión atenuada, un marxismo que se había burocratizado, que sólo tenía por concepto ganar diputados y senadores e incorpo­rarse a la dinámica de la vida burguesa.

Pero él no juzga intenciones; él pa­rece descalificar métodos. Insinúa que entrar al juego parlamentario es una claudicación del socialismo.
–Así es, porque le hace perder al so­cialismo la mística revolucionaria. Una vez Hugo Pesce le preguntó a Mariátegui qué líder de izquierda le había impresio­nado más en Europa, dirigiéndose a la multitud. José Carlos dijo: «Enrico Mala­testa, este viejo anarquista comunicaba una emoción revolucionaria con un ver­bo iluminado y contundente como no lo he escuchado yo a nadie».

En el caso del Perú, hoy mismo, ¿existe ese ‘socialismo domesticado’?

–Quizá son aquellos que se acomodan para llegar a la Constituyente o para lle­gar al Parlamento. Hay mucho de ese socialismo domesticado’ en el Perú ac­tual.

¿Es cierto que él no escribió ningu­na crítica al concepto de ‘dictadura del proletariado’?
–No lo criticó de manera directa y consistente, pero creo que lo interpretó como uno de esos males necesarios por los cuales pasa necesaria y temporalmen­te un proceso revolucionario. Así fue como lo aceptó Mariátegui. Si la revolu­ción exigía lucha o un papel estoico, con deberes, lucha y sufrimiento, había que aceptarla así en un proceso revoluciona­rio.

Pero, ¿no contradice todo eso aquel socialismo en libertad?
–Así es. Pero en determinado momen­to puede haber un fenómeno crítico y en ese fenómeno crítico el hombre de pen­samiento socialista, el conductor de ma­sas, no puede ser un espectador indife­rente. Tiene que participar en esa misma lucha. Pero esa lucha es para construir una realidad más consistente, y es por lo tanto temporal y eso no fue lo que ocurrió en URSS. Mariátegui en una vida corta no tuvo ocasión para sufrir mayo­res desengaños. Algunas críticas al siste­ma soviético se las guardó para él o para su círculo íntimo. Menciono nuevamente a Hugo Pesce, porque él es un hombre con una mentalidad muy parecida a la de Mariátegui. Cuando en 1967 Pesce leyó el libro ‘El Primer Círculo’ de Solzjeni­tzin, en italiano, me dijo que dedicarle la vida a la idea socialista no significaba aceptar acríticamente las atrocidades que ocurrían penosamente en la Unión So­viética. Había en estas gentes una crítica que no se hacía pública para no debilitar al frente.

Hay una pregunta que lanzó Hugo Neira en 1973 y que tiene enorme ac­tualidad. El preguntaba por qué la iz­quierda peruana no había producido otro Mariátegui. ¿Qué le respondería usted en 1994?
–Bueno, que la verdad es ésa: que no ha habido otro Mariátegui. Decía Arturo Corcuera, en una carta reciente que la gente siempre se pregunta mucho «¿en qué momento se jodió el Perú?», Res­ponde: «el Perú se jodió cuando murió Mariátegui» y a un país como el nuestro, que le cuesta mucho crear un Mariáte­gui, no puede generarlo en corto plazo.

¿No es ése un criterio algo antimar­xista? Todo un movimiento que depende de una sola persona…
–No. Es que Mariátegui es el hombre-panorama. Países como el nuestro no se pueden dar el lujo de tener muchos Ma­riátegui. Es un fenómeno extraño. Cuan­do, por ejemplo, trato de entender a Ma­riátegui con los recursos de la psicología creativa, esos instrumentos no me sirven para nada. Con esos parámetros se pue­den seleccionar personal, gerentes o eje­cutivos, pero no para medir la genialidad. Es un poco la imagen que también trasmite Basadre.

¿Cómo le gustaría que se recuerde a Mariátegui ahora, a nivel nacional, en los colegios, en las universidades y en la cultura peruana en general?
–En su justa medida, como un pensa­dor muy significativo enceste siglo. Basadre decía que Mariátegui era un peruano representativo del siglo XX. Como un pensador universal como Martí, como Sarmiento, como Montalvo. En ese ni­vel.

¿Y a nivel de los pensadores perua­nos?
–Yo creo que ninguno. Ninguno es equiparable. Mariátegui fue un hombre excepcional y queda como un hombre-guía, como un hombre-panorama, en una época crítica que generó las condiciones para generar a un hombre que pensó lo que dijo.

¿Cree que es el momento de hacer el «aniversario y balance» de su obra, como él lo hubiese hecho?
–Creo que sí. Desde luego, no vamos a mitificar su imagen, no vamos a petrificarla. Eso sería ir contra el propio espíri­tu de Mariátegui. Pero Mariátegui repre­senta una época. Emilio Romero decía que este siglo es el siglo de Mariátegui y creo que hay que aceptarlo así.

Publicado por Editorial Periodistica Oiga en 1815

HUGO PESCE, MEDICO y HUMANISTA*

I

 

El 26 de julio de conmemoró* el XXV aniversario de la desaparición física del doctor Hugo Pesce (Tarma, 1900; Lima, 1969), uno de los médicos más representativos del Perú en el siglo XX. Médico en la amplia acepción renacentista del término, esto es cultivador de variadas facetas del saber humanístico, Hugo Pesce está vinculado de modo directo a la medicina peruana, principalmente en el campo de la medicina tropical; pero del mismo modo tiene una presencia en la evolución de las ideas del Perú contemporáneo, en la historia social del país.

 

Nacido en Tarma de padres italianos, el paisaje andino quedaría grabado, desde su niñez, de modo permanente, en su espíritu. Volvería después a la sierra, a sus cálidos valles y a sus frías punas. Hugo nació en ese abrigador valle serrano el 17 de junio de 1990: sus padres fueron Luis Pesce-Maineri, médico, viajero y naturalista, al estilo de Antonio Raimondi; su madre, Lía Pescetto Ferro, de la aristocracia de la Liguria.  La agreste belleza de la puna le fue propicia para dar a su alma de poeta la dimensión de lo grandioso y colmar su necesidad de infinito. Entendió la psicología aborigen en el marco imponente de su habitat natural. Desde siempre, admiró la estrecha relación del hombre del Ande con la tierra, la dialéctica del alma con su naturaleza como solo lo han logrado entre nosotros Carlos Gutiérrez-Noriega, Ciro Alegría, Gamaniel Churata,  José María Arguedas y  Arturo Jiménez Borja.

 

Hugo Pesce viajó a Italia con sus padres a los cinco años. La familia se estableció en Génova y Hugo, como sus hermanos, fue educado por los jesuitas, cinco años de gimnasium y tres de liceum. Debía en parte a la formación familiar su tendencia al rigor del método y su aplicación útil del tiempo. Pero también los hijos de Iñigo de Loyola aportaron la influencia de su sistema educativo, centrado en el ejercicio de la voluntad,  en la forja de su personalidad.

 

Estudió medicina en la Facultad respectiva de la Universidad de Génova, siguiendo la tradición familiar, puesto que médicos fueron tambien su padre y su abuelo, como después lo sería su hijo Lucho, inmolado en el acto heroico de intentar salvar del mar embravecido la vida de un niño al costo de la suya. Hugo, quien desde el colegio destacó por sus excepcionales condiciones intelectuales, obtuvo cum laude el diploma de médico, tras la sustentación de una tesis sobre cáncer mamario que fue calificada como sobresaliente.

 

Una palabra sobre el Dr. Luis Pesce-Maineri, su padre, y su huella en la evolución médica del Perú. Tras instalar a su familia en Génova, retornó al país, de cuya naturaleza y ambiente estaba prendado. Doña Lía Pescetto quedaría en Génova, al cuidado de sus hijos, en las etapas más importantes del proceso formativo y educativo; no regresaría al Perú, como ocurrió con tantas familias italianas de la época.  Una anécdota no referida o insuficientemente divulgada: el Dr. Ernesto Guevara, el legendario “Che”, quien vivió al amparo de Hugo Pesce en Lima, en el Hospital de Guía, y en Iquitos, en el Leprosorio de San Pablo, cuando dejó el país de modo que sería definitivo, necesitaba un terno formal que no tenía. Las medidas de Hugo eran menores que las del atlético “Che”, de modo que hubo que recurrir a una vieja vestimenta de su padre Don Luis, quien había fallecido en Lima en 1944.  El “Che” Guevara recordaría después la influencia de Hugo Pesce en su formación ideológica, pero estuvo vinculado hasta en ese detalle en la forja de su excepcional formación como hombre de acción.

 

La adolescencia del que sería después el doctor y profesor Hugo Pesce se desarrolló en años difíciles de la desapacible Europa, que afectó de modo particular a Italia, desde el comienzo de la primera Gran Guerra. Neutralista al comienzo de la conflagración, la península  galvanizó su unión tras la primera derrota militar conocida como “el desastre del Caporeto”. Después de la guerra, se dieron las grandes huelgas de 1919, la toma de las fábricas tras los serios disturbios sociales que coincidieron con la Revolución Rusa.  En el barco que lo trajo de regreso a América, se amotinó la marinería, que enarboló una bandera roja en algún tramo del viaje.

 

Desde Italia Hugo había seguido de cerca la escena política y, entonces, por su orientación católica, se afilió al Partido Popular Italiano fundado por el hazañoso cura Luigi Sturzo en 1919, lo que sería el germen de la democracia cristiana después extendida a todo el mundo. El Partido Popular era un movimiento progresista, estrechamente ligado al proletariado italiano y al poderoso sector de los trabajadores del campo. Era una avanzada del socialismo, que después sería su estación ideológica definitiva y que contribuyera a formar en el Perú, como cercano colaborador del Partido, José Carlos Mariátegui.

 

En Lima Pesce trabajó en el Gabinete de Radioterapia de su padre Don Luis, y en la Quinta de Salud que dirigía éste en Chosica. La Quinta, organizada como las suizas de su tiempo, estaba a la vera del río, cercana a la estación del tren. Para la helioterapia, los pacientes disponían de compartimentos separados por cortinas, para favorecer la privacía. Hugo Pesce participó también en los primeros grupos de investigación de la biología y la patología de altura, animados por el Profesor Carlos Monge Medrano. Revalidó su título recién en 1930, por razones exclusivamente económicas: hasta entonces, trabajó bajo el amparo profesional del Gabinete de su padre. Años después ejerció la dirección del Hospital de Morococha, en tiempos de la más bárbara persecución política. Inició propiamente su carrera de sanitarista  en Satipo, en 1931, y dedicaría después ocho años de su fecunda vida a la atención en los pueblos del Departamento de Apurímac, a Andahuaylas en especial.

 

Fue en esos densos años de vida en la serranía, en las Latitudes de silencio,  como después titularía un libro de relatos sanitarios, donde ejerció la medicina de modo integral, tanto la preventiva cuanto la curativa. La medicina que identificó a Hugo era de lo más alejado de la rutina que con frecuencia ocurre en la labor del profesional en los parajes olvidados del Perú. Curó e investigó, desde los aspectos médicos hasta los más latos antropológicos, geográficos y culturales. Investigador nato, descubrió la lepra en Andahuaylas, y se hizo leprólogo, con el tiempo, de renombre mundial, accediendo a la condición de experto en la materia del Comité de Lepra de la Organización Mundial de la Salud (OMS) En Huambo, fundó y dirigió un hospital leprológico.

 

II

 

Ingresó a la docencia de San Fernando en 1946, en la Cátedra de Enfermedades Infecciosas, Parasitarias y Tropicales que jefaturaba el doctor Oswaldo Hercelles García. Podía enseñar esas materias porque, además de dominar la información existente, tenía la experiencia de primera mano de quien sabía diagnósticarlas y tratarlas en los medios geográficos donde ocurrían los morbos, en las mismas serranías apurimeñas. Antes había fundado el Servicio Nacional Antileproso en el Ministerio de Salud y la enseñanza y la investigación serían entonces los campos privilegiados de su extraordinaria inteligencia y sensibilidad.

 

Fue un maestro de veras admirable, expositor elegante de fluida dicción en las clases magistrales, semiólogo certero en los grupos de práctica. En las aulas hacía circular sus propias fotografías para ilustrar la casuística. Eran tiempos en que recién  se incorporaban las diapositivas en la tecnología educativa. Sus Lecciones de medicina tropical y sus Clases de Leprología fueron seguros rodrigones en la aventura estudiantil por los claustros fernandinos. Su tesis doctoral, Epidemiología de la lepra en el Perú es un aporte sólido de la escuela peruana al mejor conocimiento de ese morbo bíblico, el mal de Hansen que, por el abandono de la salud popular de los últimos gobiernos -como ocurre con la tuberculosis-,  se ha reactivado de modo alarmante.

 

Pero Hugo tenía además una vocación paralela por las letras y en general por el mundo de la cultura: con Terencio podía decir “hombre soy y nada de lo humano me es ajeno”.  Escritor de gran estilo, claro, diáfano como las parameras de los Andes, de lecturas copiosas, estaba muy bien informado en literatura, sociología, política y arte. Escribió memorables ensayos, como “Peralta y la medicina”, “Tomismo y marxismo”, “Poe, precursor de Einstein”, “La revolución dekabrista”,  “Poe y las mujeres”, “El factor religioso” (texto que dejara inconcluso: en él trabajaba con la erudición de un monje en las semanas que precedieron a su deceso). Dejó un libro inédito, Número y pensamiento, una de las expresiones más logradas de su pensamiento filosófico,  que es obligación de sus amigos y discípulos ubicar los originales y publicar en su memoria.

 

Aunque lo conocí de niño, tuve años después el privilegio de ser primero alumno y después contertulio de Hugo Pesce. Frecuenté su casa las noches del viernes o del sábado, puesto que era noctivigilio, amante de la noche y sus secretos. En su sencillo estudio nos llegaba el alba cuando la conversación recién arañaba el meollo de la sabiduría. Amigo de otro noctívago, Juan Francisco Valega, la charla con ambos era un refinado placer de los frecuentadores de los Jardines de Academos, que así se transformaban, en las noches, los entonces bien cuidados jardines del Hospital “Víctor Larco Herrera”, con sutil aroma de las moras.

 

III

 

Tenía Hugo Pesce una inteligencia privilegiada con recursos auxiliares agudos, como la atención y la memoria, la capacidad de síntesis y el ahonde esclarecedor. Era un erudito pero sin la pedantería en la actitud personal que evoca con frecuencia esta condición. En el ahonde del conocimiento, le agradaba llegar hasta los orígenes de los temas ometidos a escrutinio y los desarrollos más significativos. Era además un escoliasta, un explicador de textos, que gozaba de esta actividad de regodeo intelectual propia de los sabios monjes medievales. Cuando el tiempo le era ancho, gustaba revisar viejos infolios, descifrar textos en incunables en busca de sus secretos significados.

 

Un ejemplo de su metodología de trabajo es el texto, lamentablemente inconcluso, sobre El factor religioso. Invitado por nosotros a revisar el capítulo respectivo de 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana de José Carlos Mariátegui, con motivo del cuadragésimo aniversario de su primera edición, Hugo Pesce se dio a la tarea más allá del comentario actualizado. Una relectura crítica del ensayo habría sido suficiente. Pero Hugo, entonces sin presiones de trabajo administrativo, en pleno disfrute del otium cum dignitate grato a sus admirados clásicos, se dedicó a esta tarea con el programa de “una obra magistral” como agudamente apunta Alberto Tauro: “Debía comprobar la justeza del enjuiciamiento mariateguiano, en la perspectiva de su tiempo,  y su luminosa proyección en el presente; e inclusive debía aportar las explicaciones que tendieran a completar el ‘esquema básico’ de aquel ensayo, al lado de los comentarios pertinentes a los acontecimientos ocurridos en los cuarenta años posteriores a su edición inicial. Pero excedió con largueza la finalidad. De una parte, trazando un preciso cuadro de su génesis: para ubicar la religión en el origen y la evolución de la cultura humana, así como en el conjunto de las empresas cumplidas por el entendimiento. De otra parte, mediante el escrutinio y la crítica de las fuentes documentales y bibliográficas: para definir la naturaleza de sus elementos y caracteres, y dar unidad orgánica a los conceptos pertinentes. Y, desde luego, identificando la amplitud y la índole de las relaciones determinadas por la comunidad en la fe y la participación en la liturgia. Sobria y profundamente, engloba hechos históricos y formulaciones doctrinarias en ese contexto; y, con frecuencia, su confrontación le permite inferir ciertas contradicciones entre los designios de los fundadores y los alcances dados a los preceptos y la rutina ceremonial”.

 

Pesce solo alcanzó a desarrollar parte de esa monumental exégesis, y en los cinco primeros capítulos de la primera parte adelantó la calidad de lo que sería el toto de la obra trunca. La nota introductoria comienza con estas palabras admonitorias: “Ningún análisis sociológico puede prescindir de considerar el factor religioso. Debemos reconocer que la religión es una forma de conciencia social con vigencia histórica y actual”. Y más adelante: “La religión es un ponderable ingrediente social. Más aún, su ‘concepto -según lo apuntaba Mariátegui- ha crecido en extensión y profundidad’. Sus implicancias sociales deben ser estudiadas desde todo punto de vista: tanto el de los  creyentes como el de los no creyentes. Lo que era difícil en 1928, se hace posible hoy. Han cesado los anatemas mútuos. Toda la humanidad de esta era técnica, en peligro por el crecimiento de la miseria y por el desarrollo de las armas atómicas, se siente impelida a la búsqueda de soluciones salvadoras; y, en una voluntad suprema de reflexión, parece aceptar aplazar las controversias doctrinales para dar cabida a un hondo diálogo entre creyentes y no creyentes. Del inescuchado llamado de Thorez ‘la mano tendida’, se ha llegado a las últimas encíclicas papales y al establecimiento (abr. 1965), por el Papa Paulo VI, de un ‘secretariado para los no creyentes’. En todo el mundo, y en este Perú oficialmente católico, es posible ahora dialogar, abierta y respe-tuosamente por ambos lados, acerca del pensamiento religioso, de la religión y de la Iglesia”.

 

IV

 

Para quienes éramos sus contertulios en los tiempos en que redactaba esa monumental obra, Hugo había puesto lo mejor de su inteligencia en el esclarecimiento del problema religioso. Así como, de inconclusa la obra, es una introducción esclarecedora de cuestiones fundamentales de la religión desde la perspectiva sociopolítica, de concluída, pudo ser una gran obra sobre la religión en el Perú y en el mundo. Hugo tuvo una formación escolar religiosa, a cargo de jesuitas, en Italia. Hemos recordado que su primera militancia política estuvo en el partido popular italiano, fundado por un  cura progresista, Don Sturzo. En su adultez joven, pasó a lo que en buena cuenta no es sino otra forma de religiosidad, el socialismo integral, al calor de la amistad y de la afinidad con José Carlos Mariátegui.

 

Uno puede legítimamente preguntarse qué sedimento religioso quedó en Pesce a lo largo de su vida. Se declaraba ateo, de aquellos que ven el mundo desde la orilla de los no creyentes. Hacía una serie de agudas disquisiciones sobre la imposibilidad lógica de tener  creencias sobrenaturales. Según una serie de secuencias de razonamiento, nos refería por qué, por lógica derivación, el Papa, tenía necesariamente que ser ateo.

 

Pero más allá del comprensible culto a la razón, como todo buen marxista de su tiempo, quedó en Hugo un respeto grande por los valores religiosos y por eso fue sensible, en su larga cercanía del indio andino, del penetrar respetuoso en su mundo animista. Análogo camino recorrió José Carlos Mariátegui, quien derivó de su fe de niñez y adolescencia temprana la creencia en el destino terrenal de la bienaventuranza del hombre. Había cambiado el orden de las cosas: “los dioses han descendido del Cielo a la Tierra: no son divinos, son humanos, son mortales” escribió agudamente el Amauta. Por esta razón Mariátegui no creía en la importancia de un debate frontal entre el socialismo y la fe cristiana. Repudió el anticlericalismo, no sin antes señalar lo estéril de esta actitud. Sabía, con Bergson y Sorel, en el valor de los mitos, en la forma que éstos mueven eficazmente al hombre en la historia, y creía que la idea socialista era un mito que, incorporado al inconsciente social, esto es ocupando el lugar de las viejas ideas creencias religiosas, era pasible de desarrollo creativo.

 

Este tema es tentador de reflexiones sin límite. En el propio campo del “socialismo realmente existente”, tanto en la antigua Unión Soviética como en las llamadas “democracias populares” del Este Europeo, tenemos experiencias de reflexión . Ni las creencias religiosas ni los nacionalismos, y hasta los movimientos milenarios supuestamente superados por el sólo progreso de la civilización, fueron extirpados del campo socialista. Han rebrotado con renovada y peligrosa energía, dando lugar a conflictos gravísimos que hoy día, ante la pantalla de televisión, vemos con inerme impotencia, cómo los hombres juegan a la guerra con la moderna tecnología, como si fuera necesario experimentar con las nuevas armas y mantener, ya no el otrora “equilibrio entre los sistemas”, sino una riesgosa y costosa  “paz armada”.

 

Hugo Pesce, en caracterización sumaria, es el prototipo del médico humanista, rara avis en tiempos duros para una profesión de servicio como la nuestra, que a las limitaciones, dificultades y trabas de siempre, debe agregar, en “mundialización” del neoliberalismo a ultranza, cómo se pretende hacer del acto médico, esto es de la esencia misma de la medicina hipocrática, una forma de prestación sujeta a la pugna del mercado, que pretende desposeerla de su noble significación humanista y explotar el trabajo profesional. El maestro Pesce ya nos puso en guardia de estos riesgos, en el original ensayo “Panorama gremial”: “Ubicación económica del médico en la sociedad capitalista” galardonado en 1931 por la revista Actualidades Médicas, de Rutherford, New Jersey, con el primer premio, trabajo acotado en 1945 con las reflexiones propias de tres lustros de perspectiva.

 

En los términos del testamento legado a los suyos, Hugo Pesce comprendió a sus colegas de profesión cuando señala: “Tengan presente los míos, para todos los efectos, lo caduco de los bienes y goces materiales; y enriquezcan su mente con la savia depurada de todas las épocas y con la lucidez que el nuevo humanismo nos brinda; se traducirá ello en la conducta y magnificará la personalidad”. Alberto Tauro, amigo y discípulo temprano, agrega que “asomándose emocionalmente a lo inevitable, deja traslucir su desgarramiento. ‘Me despido de los míos con hondo afecto’. Se aproximó así al ocaso definitivo, con el ánimo sereno y la inteligencia enhiesta; y, asociando a su herencia la generosa inspiración de sus trabajos y la limpia trayectoria de su vida, recordó allí el famoso Nulla dies sine linea, la vieja máxima que hicieron suya porque no solo excita la continuidad y el celo en el cumplimiento del deber sino la incesante sed de perfeccionamiento que acucia al hombre y que, a su vez, aprendió merced a la palabra afectuosa y al ejemplo de su padre”.

 

Hugo Pesce murió en la etapa más productiva de su vida, cuando cumplidos ya otros en su momento apremiantes deberes biográficos, podía dedicarse, sin limitaciones, a los goces del espíritu. Estuve cerca de él en ese tiempo aunque no tanto como deseaba, en la idea de que nos acompañaría en el tránsito sublunar por mucho tiempo más. Recuerdo que después de una conferencia suya en homenaje a Edgar Allan Poe, uno de sus temas predilectos -Hugo fue siempre fiel a sus amores de juventud-, me invitó a comer en el “Mauricio”, restaurant de su gusto por estar cerca de su casa en una Lima que todavía se podía recorrer a pie desde la Plaza San Martín, que fuera escenario de una tertulia famosa. Estaba entusiasta por los progresos de sus investigaciones y la ancha dimensión que podía dar a su charla, tan ilustrativa y estimulante. Solo se quejó de algún problema menor de circulación periférica en una de sus piernas. Hablamos de muchos temas, ya de regreso a su casa. Llevé la conversación, delibera-damente, a los tiempos del “rincón rojo” de la casa del Amauta, y del Estrasburgo, el restaurant de moda en la Lima de los veinte, a su época de deportista, de ciclista y esgrimista. Terminamos hablando de un mariateguista “chicano”, Jesús Chavarría, quien escribiría después el libro José Carlos Mariátegui and the rise of modern Peru, 18901930 (University of New Mexico Press, 1979), su excelente tesis de doctorado. Chavarría estaba deslumbrado por la información, la amplísima cultura y la fina personalidad de Pesce.

 

Hay un detalle que quiero narrar porque da una medida de su amplitud mental y su distancia del dogma. En 1968 me mostró la primera edición en italiano del libro del escritor soviético Alexander Soljenistsin -quien accedería al Premio Nobel de Literatura en 1970-, Il primo cercolo (El primer círculo), donde se describe los “campos de trabajo” destinados por el estalinismo a los disidentes políticos. Mientras me leía algunos párrafos, señaló enfático: “No por haber dedicado la vida a la causa del socialismo podemos estar ajenos al conocimiento de estas graves denuncias”. Así era de estricto y libre el espíritu de este gran peruano, Médico y Filósofo, como lo eran los discípulos de Hipócrates en la Antigüedad Clásica.

 

Como no puede ser de otra manera, quiero manifestar mi admiración por Hugo Pesce desde mi adolescencia. Pesce era mencionado con frecuencia en la tertulia familiar pero en esos años estaba en Andahuaylas. Con motivo de un aniversario de José Carlos Mariátegui, tuve ocasión de escucharlo en la Asociación Nacional de Escritores y Artistas; además de leer lo por él escrito en las revistas “Palabra” y  “Garcilaso”. Fue de alguna manera una figura paradigmatica en mi formación personal y traté de estar cercano a la proyección de su figura. Algunos galardones académicos en las Academias de Medicina y de la Lengua están en el proyecto personal que, por supuesto, no pude aproximar a la imagen de Hugo Pesce.

 

V

 

El humanismo es la construcción de los valores del hombre por el hombre mismo, el triunfo del logos, de la razón superior. Como movimiento filosófico, como exaltación pagana de la confianza en el hombre, parecía haber llegado a su fin aunque el existencialismo, de acuerdo a Jean Paul Sartre, es también un humanismo. Otros humanismos modernos parecen más bien formas de humanitarismos.

 

Hoy se habla del “fin de las ideologías” y hasta del “fin de la Historia”, como hace cinco siglos, después de Erasmo y Moro, se habló del “fin del humanismo”. La perspectiva histórica, en tiempos de aguda crisis, no permite juicios claros. En todo caso, siempre existió en la evolución humana una “reserva moral” de gentes, a los que apelar en tiempos confusos. A esa reserva pertenece Hugo Pesce, a quien exaltamos hoy en el XXV aniversario de su desaparición física. A su obra debemos volver para recuperar el respeto por nosotros mismos que es la base del respeto para con los demás. Ni ha terminado el humanismo como meta ideal ni las ideologías se han desvanecido: están en crisis los modelos societales que pretendieron basarse en sistemas de ideas para edificar un inexpugnable castillo dogmático, para liquidar a la razón en nombre de la razón misma.

 

Pero como en el fondo de un inmenso túnel se divisa una luz. Porque al hombre le pueden sustraer todo menos la esperanza. Hugo Pesce está en la vanguardia de la lucha por los pobres de la tierra -hoy más pobres que nunca- y mientras esa realidad no cambie por obra de nosotros mismos la gran palabra será siempre el socialismo. Repitamos no las palabras del maestro Pesce, adentrémonos en su espíritu, para salir reconfortados y proseguir con renovada fe la lucha cotidiana.

 

Para quien vivía la diaria jornada de la manera más provechosa y al mismo tiempo gozosa, bien caen estas palabras de Pico de la Mirandola sobre la forma de dividir la jornada diaria: “Asiduamente me va relajando la concordia de Platón y Aristóteles. Diariamente le dedico toda la mañana: después de medio día dedico las horas a los amigos, a la salud, algunas veces a los poetas y oradores y a otros estudios ligeros. Las sagradas letras comparten la noche con el sueño”.  Un hombre forjado con una admirable voluntad y disciplina, sabía extraer el máximo provecho de sus largas e iluminadas vigilias. Acucioso hasta en el detalle, no dejaba nada librado al azar. Tropezarse con un recuerdo o releer un escrito suyo nos remite a sus diferenciados talentos, a su extraordinaria capacidad de trabajo y a la impecable metodología puesta de relieve en cada circunstancia en particular.



*  Homenaje del Colegio Médico del Perú, Miraflores, Julio de 1994.

CHE GUEVARA APOLOGIA DEL AVENTURERO *

Esta nota de recuerdo del Che Guevara, con ocasión de los treinta años de su inmolación en un paraje selvático boliviano, cercano a Higueras, no intenta esbozar su biografía ni aún su paso por el Perú, en1951y 1953. Como se sabe, Guevara fue capturado herido y asesinado por orden del gobierno reaccionario del Altiplano, por indicaciones expresas de la CIA. Cumplía, en octubre de 1967, la etapa fina1 de su frustrado proyecto “foquista”, de extender los movimientos guerrilleros en varios países de América Latina. El Che era consciente que cumplía un episodio, una gesta heroica, en el embrionario movimiento revolucionario latinoamericano.

Tras su incorporación al grupo guerrillero de Fidel Castro, de México fue de la partida del “Granma” e hizo la campaña de la Sierra Maestra, de la que fue uno de los principales jefes militares. Con el triunfo de la Revolución Cubana, Guevara asumió en la nueva Cuba altos papeles gubernamentales, llegando al Ministerio de Industrias.

Estando el Che en esta posición pas6 por La Habana, proveniente d e Madrid, el Dr. Luis Pesce Schreiber, hijo del sabio investigador en el campo de la medicina tropical peruana Profesor Hugo Pesce Pescetto, quien era también ide6logo socialista y la persona de más confianza de José Carlos Mariátegui en la fundación del Partido Socialista del Perú (octubre de 1928). En esa ocasión el Che lo invitó a comer, pero antes le mostró su habitación: un cuartito austero, con catre de campaña, uaq me%yunasilla,yen un clavo en la pared, un uniforme militar para las ineludibles ocasiones sociales que lo sacaban de su despacho. Ahí le obsequió el libro Guerra de Guerrillas, que contiene esa dedicatoria testimonial que resume la influencia de Hugo Pesce en el desarrollo ideológico del líder argentino-cubano.

Guevara había conocido a Hugo Pesce en Lima, en su primer viaje en 1951, y en el segundo en 1953. Fue notable la influencia de Pesce en el difuso e informe pensamiento revolucionario del argentino.

Le di6 acogida en el Leprosorio de Portada de Guía (Pace era Director de Lepra del Ministerio de Salud) y lo acogía casi todas las noches en su casa de Lima, en Pasaje Chacas. Se producían ahí largas tertulias (Pesce era noctivigilio), que terminaban al despuntar el alba. Además de hacer en esa casa su principal comida (copiosos y humeantes spaghettis), y tras la sobremesa interminable, se retiraba el Che con algún material de lectura. Uno de los primeros libros que Hugo le dio fue 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana de José Carlos Mariátegui. Pero además de literatura social y política, al Che le interesaba la literatura, en particular la poesía.

El Che Guevara en su libro de memorias Historia de mi primer viaje[1],cuenta con detalle sus relaciones cercanas con Hugo Pesce y memora las cenas. A una de ellas concurrió invitado el Dr. Juan Francisco Valega, médico psiquiatra del Hospital Víctor Larco Herrera y profesor de la Facultad de Medicina de San Fernando. Valega amenizó su plática desarrollando su teoría sobre «Cantinflas y el panamericanismo» que escuché de sus labios más de una vez y que en la memoria del Che sería así: “El otro día fui al cine de barrio a ver una película de Cantinflas y todo el mundo se reía y yo no entendía nada. Pero no era un fenómeno, de modo que las demás gentes tampoco entendían nada. Pero, ¿de qué ríen entonces? Reían en realidad de su propio ser, era de una parte de si mismos que se reía cada uno de los presentes. Somos un pueblo joven, sin tradición, sin cultura, investigado apenas. Y de todas las lacras que nuestra civilización en pañales no ha podido quitar, se reían…Ahora bien, ¿es que Norteamérica, a pesar de sus grandes monoblocks, sus autos y sus dichas ha podido superar nuestra época, ha dejado de ser joven? No, las diferencias son de forma, no de fondo, toda América se hermana en eso. Viendo a Cantinflas, ¡comprendí el panamericanismo!”.

En su primer viaje, Guevara no se había graduado aún de médico. Creía que una profesión formal le serviría de poco en su “carrera” de revolucionario. Pesce lo convenció que, en cualquier campo de la actividad humana, un titulo profesional era importante, tanta y más que el Che tenia interés en las enfermedades tropicales, en especial por las invalidantes, la lepra principalmente. En 1953 represó de Argentina ya con su título de médico, reanudó sus prácticas en el Leprosorio de Lima y, premunido de las cartas de presentación respectiva, viajó a la Colonia de Leprosos de San Pablo, a poca distancia de Iquitos, en plena Amazonía peruana. Lo relacionó con varios colegas y en especial con Federico Bresani, quien entonces trabajaba, con la directa supervisión de Hugo Pesce, su extensa tesis de bachiller sobre El síndrome neural de la lepra.

Independientemente de los juicios que la vida y la obra de Ernesto Che Guevara suscite en personas y colectividades, nadie duda de la autenticidad de su prédica por la justicia social, sellada con su gesta heroica del término de su vida, que enfrentó con valentía y decisión excepcionales. El Che está inscrito en los anales del siglo XX como uno de los más notables héroes laicos.

El Che Guevara corresponde a la idea de José Carlos Mariátegui sobre el «aventurero». Alguna vez el Amauta se propuso escribir una «Apología del aventurero» para incluirla en El alma matinal otras estaciones del hombre de hoy. Por eso admiraba a Colón, a quien estimaba prototipo de aventurero. Reclamaba que había “que reivindicar al aventurero, al gran aventurero”. La palabra, en su noble acepción, había que rescatarla de “las crónicas policiales”, puesto que “el léxico burgués” la había desacreditado. José Carlos no habría dudado en incluir al Che en el santoral laico, como Marx lo hizo con Prometeo, y el mismo Mariátegui con Rosa Luxemburgo, en quien encontraba las elevadas notas biográficas que la acercaban a Santa Teresa, la Doctora de Ávila. Como Rosa Luxemburgo, el Che fue también victima del estalinismo. Agonista del socialismo, el Che pertenece legítimamente al panteón de los grandes y de los héroes populares.[2]



* Este breve texto fue inspirado en ocasión de las Exposiciones y conferencias “El Che: 30 años”, organizadas por SUR, Casa de Estudios del Socialismo, y la Casa Museo José Carlos Mariátegui, en Washington 1946, Lima. octubre de 1997

[1] “VaIenza” lo llama equivocadamente Guevara en sus recuerdos. Ernesto Che Guevara:. Mi primer gran viaje. De la Argentina a Venezuela en motocicleta. Seix Barral, Buenos Aires, 1994.

[2] Ver facsímile de dedicatoria autógrafa de Ernesto Guevara a Hugo Pesce, en un ejemplar de su ensayo testimonial en torno a la Guerra de Guerrillas. En: Hugo Pesce, El factor religioso, serie «Presencia y proyección de los 7 Ensayos» (dirigida por José Carlos y Javier Mariátegui), Empresa Editora Amauta, Lima, 1972.