Entrevista Imaginada (Auto Reportaje)

¿Cómo llegó a la Psiquatría?

 

Antes aún de iniciar los estudios médicos, por lecturas prematuras del psicoanalisis que, en mi ignorancia de adolescente, creía era la forma moderna de la Psiquiatría. Después, fue patente la búsqueda de un saber antropológico integral, a través de la Medicina.  Al término de la carrera me sentí fuertemente inclinado a la Medicina Interna, infuído por excelentes clínicos que fueron nuestros maestros.

 

¿Cuál es la tarea asistencial más importante cumplida por Ud.?

La creación y organización, como Director General, del Instituto Nacional de Salud Mental “Honorio Delgado-Hideyo Noguchi”. Dejé ahí mis mejores esfuerzos y energias. Por esta razón, en un país de “desmemoriados”, escribí, pocos meses después de dejar el cargo, un libro como testimonio de la experiencia (Salud Mental y Realidad Nacional, Lima, 1987).

 

¿Que pretendía el Instituto de Salud Mental?

Contribuir al desarrollo auténtico de la Psiquiatría Peruana en el concierto mundial. Recuperar para el Perú, a través de la investigación, la asistencia y la docencia, la posición de liderazgo que tuvimos en otros tiempos.

 

¿Ha formado discípulos?

No. Solo buenos amigos de alguna manera influídos por mis intereses intelectuales y mis hábitos de trabajo. En Psiquiatría prima el autodidactismo y si no existe esta disposición autoformativa, a mi ver no se forja el médico calificado. Honorio Delgado es el ejemplo paradigmático de esta presencia y este ejercicio complejo que es la medicina mental.

 

¿La Revista de Neuro-Psiquiatría contribuye al proceso formativo?

Si. Difunde la producción peruana y de distinguidos cultivadores de la Psiquiatría y disciplinas conexas. Ha entrado al año 58 de aparición ininterrumpida.  Excelencia y continuidad son  sus rasgos principales. Colaboro con ella desde 1955, hace cuarenta años, y accedí a su dirección en 1969, tras a desaparición física de Honorio Delgado, por gentil invitacíón del Profesor Oscar Trelles; y desde 1990 comparto su conducción con el Dr. Luis Trelles. Estamos ahora preparando a la generación del relevo.

 

¿Qué significa la Revista de Neuro-Psiquiatría en su ya largo peregrinar por la medicina y la especialidad?

Una permanente fuente de satisfacciones espirituales. Es la más antigua en América Latina y a través de ella hemos establecido lazos con las principales publicaciones del continente y el mundo. Es, como Ud. sabe, la única revista médica que no ha dejado de publcarse de modo regular en el Perú. No la hago solo, tengo pocos pero conspícuos colaboradores.

 

¿Existe entre los estudiantes de medicina y los jóvenes médicos de hoy nclinación por la Psiquiatría?

Es un fenómeno mundial el decremento estadístico del interés por la especialidad. La presencia de esa persona diferenciada, con amplia perspectiva humanística y vocación de servicio al enfermo mental, ha disminuído en número y, lo que quedan,  busca otras áreas de las ciencias de la conducta humana; en nuestro medio me parece que la Medicina Interna convoca los mejores espíritus.

 

¿Cómo afecta a la medicina el auge tecnológico?

Pese al desarrollo tecnológico en medicina, que afecta tanto la relación médico-paciente, en Psiquiatría y en otros campos de la medicina se cultiva aún el tradicional “campo íntimo”, la relación directa, “artesanal” y confidente con el paciente.

 

¿Que opina sobre los avances extraordinarios de la terapéutica psiquiátrica?

Aunque hoy estamos “fuera del circuito” de la aplicación precoz de los nuevos psicofármacos, en un mundo interconectado nos llega la experiencia y la oportunidad de beneficiar a nuestros pacientes con estos avances. Conviene recordar que los llamados “tratamientos biológicos” fueron ensayados en nuestro medio antes que en otros, de mayor desarrollo. Y ello se debió al permanente  reclamo de los Maestros, grandes figuras de la Psiquiatría Peruna.

 

¿Cómo definiría Ud., en una frase, la obra de Honorio Delgado?

La propuesta esencial  de Honorio Delgado estuvo encamina al desarrollo de una “psiquiatría eficaz”. Esta es la nota permanente de su obra. Lo sorprendente es que, además de esta tarea extendida a los largo de su vida, cultivara al mismo tiempo otras áreas del conocimiento científico y humanístico, la Filosofía en particular. Se tiene a veces una visión sesgada del aporte de este maesto, que lo califica como teórico y “literaturizante”: nada más alejado de la realidad. Ahi está su obra escrita, que es un mensaje vigente, para calificarlo con propiedad.

 

¿Que hace Ud. fuera de la práctiva privada?

Dedicado como siempre a la práctica privada, derivo satisfacciones de este trabajo, puesto que es acceder al mundo interior del prójimo y asimilar estas experienias, a veces como propias.  Cumplo aún actividades, no muy rígidas en horario, en la vida universitaria, en la Universidad Peruana Cayetano Heredia en particular; y participo activamente en la vida académica. Accederé a fines de esta año a la presidencia de la Academia Nacional de Medicina y soy titular de la Academia Peruana de la Lengua.

 

¿Otros médicos en la Academia de la Lengua?

Lamentablemente no, pese a que tenemos en nuestro medio  médicos cultivadores del buen decir. Don Honorio Delgado fué Titular de la Academia de la Lengua desde 1949 hasta su deceso. Parece que la Academia necesitaba un médico y fuí elegido en 1993, pese a no tener, seguramente, los méritos requeridos. Fue un gran honor ocupar el sillón dejado vacante por Honorio Delgado desde  su desaparición física en 1969.

 

¿Lee Ud. mucho? ¿Escribe Ud. mucho?

Fui siempre lector omnívoro y he publicado algunos libros, ensayos y artículos, pero tengo pendiente mucho material, que quedó acumulado por atender deberes prioritarios. Ahora lo reviso aunque tengo conciencia que solo una parte llegará a la imprenta. Estoy escribiendo también sobre otros temas gratos a mi espíritu, dentro y fuera de la medicina. En un libro en preparación examino el desarrollo de la psiquiatría peruana en el siglo XX. ¿Será lo mejor? Será, en todo caso, según el querer de Baltazar Gracián,  “lo menos malo”.

 

¿Otras actividades?

Las muy gratas de investigar y publicar sobre la vida y la obra de JCM. Edito con mi hermano José Carlos el Anuario Mariateguiano. En el año calendario del Centenario, participé en una serie de actividades: estuve 60 días fuera del país, atendiendo invitaciones en Francia, Italia, España, México y Cuba. Obviamente, no pude estar presente en todos los actos recordatorios.

 

¿El acto más emocionante?

La colocación de una placa de mármol en la casa que habitaron mis padres durante los años que vivieron en Roma. El acto fue organizado por el Municipio de la Ciudad Eterna, la Embajada Peruana y el Instituto Italo-Latinoamericano. Me acompañó mi hijo José-Carlos. Esa placa fue una fantasía que alimenté desde 1966, año en que visité Roma por primera vez.  Repetí la peregrinación cuantas veces la vida me llevó a la Ciudad de los Césares y los Papas. Después de casi treinta años, la fantasía se trocó realidad. ¿Puedo esperar algo más?

JCM quiso un socialismo en libertad – Oiga 13/06/1994

Hijo menor de José Carlos, Javier Mariátegui Chiappe conversó con OIGA extensamente. Sus recuerdos iniciales, la difusión de la obra de Mariátegui, los obstácu­los e inconvenientes que esta difusión tuvo en los inicios, la ausencia de continuadores de su obra y la vigencia o no de los principales planteamientos de Mariátegui fueron algunos de los tópicos abordados en esta conversación. Políticamen­te, Javier Mariátegui sostiene que su padre abogó por un socialismo en libertad y que no habría tolerado los excesos y las arbitrariedades cometidas por el ‘socialismo real’ en nom­bre de la denominada ‘dictadura del proletariado’. Veamos:

DOCTOR Javier Mariáte­gui, usted nació en 1928, ¿cuáles son sus primeros recuerdos de José Carlos Mariátegui?
–Mis recuerdos son simplemente amnésicos en lo que a mí concierne, porque un niño tiene recuerdos de su vida sólo a partir de los dos y medio o tres años, con fir­meza recién a los cinco ‘memoria conso­lidada’. Al comienzo creí que algo me acordaba, pero eran ilusiones del recuer­do. Yo nací en la casa de Washington y fui un inocente testigo de la muerte. Con­forme crecía, asimilaba el entorno, a reparar de las etapas duras que la familia pa­saba, con cambios domiciliarios. Mi madre tuvo que ir desprendiéndose de muebles y otras cosas, para la subsistencia.

Hasta que pasamos a la calle Juan Pablo, donde mi madre pone una pensión con una vecina suya que vivía al lado de la casa de Washington. De eso sí tengo recuerdos nítidos.

Y del entierro, que fue muy impac­tante….
–Del entierro me cuentan que yo es­taba perplejo. Me habían informado que había muerto mi papá y que yo no en­tendía que era eso. No entendía el con­cepto de muerte como pérdida del ser. Me cuenta una prima, Amalia Cavero, que yo repetía en mi lenguaje incipiente que me apenaba que estuviera mi papá más enfermo, cuando en realidad estaba muerto.

¿Y cómo fue descubriendo, ya no a Mariátegui padre, sino a Mariátegui pensador?
–Es que yo estuve siempre cercano a todo ello. Un ejemplo puede servirle. Yo estaba aprendiendo a leer y en la casa había un depósito de libros con una ruma de tomos de la Poesía de Eguren, una antología de su poesía. Era una edición mala, con muchas erratas, y Mariátegui no quiso que se difundiera. Iba a hacer una nueva edición. Recuerdo que las pri­meras letras las aprendí con las poesías de Eguren, que entonces me pareció que era lectura para niños. Eso fue parte de un proceso. Muy pronto vi también los papeles que dejó Mariátegui, las cosas por hacer, y comenzamos a experimen­tar los cuatro hijos el reclamo de nuestra madre de que nosotros, al llegar a cierta edad, tendríamos para ocuparnos de la obra de José Carlos.

Ese trabajo sería nuestro, ocuparnos, apenas estuviésemos en condiciones y en edad aparente, de la obra de Mariátegui. Igualmente recuerdo de esa época la pre­sencia de Antonio Navarro Madrid, que estaba perseguido, y recuerdo que en el techo había un cobertizo y un aparato rústico de imprimir. Después me enteré que ese equipo, que para mí siempre fue misterioso, era un mimeógrafo donde se­guramente se imprimía algún tipo de ma­terial propagandístico. Alguna vez también Rabines, que estaba perseguido, es­tuvo escondido unos días en la casa de la calle Agricultura, y es cuando se decide ensamblar sus obras ‘Defensa del marxis­mo’ y El alma matinal que Mariátegui había dejado prácticamente listos, para imprimirlos en Buenos Aires. Ana le pi­dió a Rabines que ayudara en la prepara­ción, pero Rabines nunca tocó esos ejem­plares. Alguna vez le dijo: «Anita todo esto ya está rancio; todo esto ya ha sido superado».

¿Qué significaba ‘rancio’ y ‘supera­do’?…
–Como añejo. Es que Rabines traía dos consignas: hay que ‘Desmariategui­zar’ el partido, y hay que ‘desamautizar’ el partido. ‘Desmariateguizar’ era liquidar la figura de Mariátegui y dejarlo ahí, qui­zá como un remoto precursor. Y ‘desamautizar’ era quitarle todo lo que tenía de amplitud cultural…

El aspecto literario…
–Así es. Rabines cumplía ciegamente eso. De nada valía la amistad que había tenido con José Carlos. Era un cumpli­dor ciego de las consignas del Buró Sudamericano de la Tercera Internacional y de Codovilla, el secretario general, particularmente.

¿Y por qué Anita, entonces, le pide colaboración a Rabines?
–Es que estaba perseguido, escondido en casa de las hermanas, y en ese lapso cae por la casa unos días. Los papeles estaban en el escritorio y mi madre me cuenta que le pidió ordenarlos para edi­tarlos y así cubrir incluso necesidades alimenticias nuestras, porque podía llegar algo de dinero por derechos de autor. Entonces había un cierto interés en pu­blicar esos libros, incluso por razones prácticas. Esperaba los originales en Bue­nos Aires Samuel Gliesberg de la Editorial Babel. Pero Rabines saboteó esa pu­blicación porque cumplía una consigna. Si no hay edición de los ‘7 Ensayos del ’30 al ’40, si los libros de Mariátegui no aparecen sino por nuestro esfuerzo, cuan­do nosotros entramos ya a ‘la edad de la razón’, es porque estaba vetado en Lima por la política represiva, en el exterior por los funcionarios de la Tercera Inter­nacional.

Entonces es cierto lo que afirma Jor­ge Andújar: que la gran difusión de Mariátegui fue obra de los hijos, en los año ’50…
–Previamente nosotros hicimos, en 1943, la segunda edición de los ‘7 Ensa­yos’. Lo recuerdo porque yo estaba aún en el colegio, en el Maristas de Barran­co, y los hermanos españoles eran casi todos falangistas o franquistas. Cuando apareció esa edición, uno de mis herma­nos tuvo la ocurrencia de regalarle al más reaccionario de los curas un ejemplar y fui objeto de la burla y de la sátira de este cura por algún tiempo. Entonces el libro todavía era el ‘libro rojo’, el libro del escándalo. Había que tener cuidado…

O sea, estaba vetado por Rabines, y por el otro lado también…
–Vetado por la Iglesia. Vetado por la gente formal de derecha, por la gente oficial de gobierno. Si pudimos publicar los ‘7 Ensayos’ en 1943 fue porque du­rante el gobierno de Prado la guerra se decidía a favor de los aliados y había un poco de ‘oxígeno’ democrático para ha­cerlo…

¿Y todos los amigos de Mariátegui, todo el grupo intelectual que se reunió alrededor de ‘Amauta’, todos los corres­ponsales en provincias, por qué no hubo entre ellos una repercusión de los ‘7 Ensayos’ o de la obra de Mariátegui?
–Es que todo eso era como un siste­ma nervioso y Mariátegui era un centro: A su muerte, fue desactivado lo que ‘Amauta’ significaba como gran proyec­to, cultural y político, y se perdió todo. Esa es una de las razones por las que el Apra tuvo auge desde el principio. El Apra no existía en el Perú. Estaba con­formado por grupos de universitarios des­terrados en distintos lugares y eran en realidad muy pocos. La fuerza obrera, la fuerza organizada, la CGTP, todo eso respondía a Mariátegui.

Pero la CGTP estuvo después con Rabines…
–Estuvo con Rabines, sí, pero era gen­te radicalizada e inmadura, como dice Hugo Pesce en el prólogo a Ideología y Política. Se sintieron desorientados con la muerte de Mariátegui y muchos se fue­ron al Apra. Me contaba que él mismo se inscribió en el Apra porque había que militar. Caído Leguía, había que hacer algo. El país vivía una situación confusa.

Entonces, ¿se sintieron desorienta­dos por la caída de Leguía o por la muerte de Mariátegui?
–Pienso que las dos cosas. La muerte de Mariátegui fue la caída de su proyecto de partido socialista y la caída de Leguía fue un fermento que agitó la escena social, hay mucha fuerza en el debate, se discute mucho lo político, el país vivía la recesión del ’29 al 32’… Es interesante ver cómo incluso comités del Partido Socialista fuera de Lima se transformaron en comités apristas. Como Rabines pre­dicaba la consigna «clase contra clase», había tipos conciliadores, que pensaban en una transición democrática y no se sentían cómodos en un Partido Comu­nista. Entonces optaron por el aprismo.

Aun así es curioso que el término ‘mariateguismo’, que era una palabra peyorativa con Rabines, fuese reivindi­cada por Jorge del Prado, alrededor del Partido Comunista nuevamente…
–Claro. Jorge del Prado habla de «vol­ver a Mariátegui», porque durante largo tiempo la expresión ‘mariateguismo’ era un modo de descartar gente y sindicarla negativamente, puesto que era un hete­rodoxo, como un hombre fuera de la lí­nea dogmática y de los cánones de la organización internacional. La difusión escasa del pensamiento de José Carlos se debe entonces no solamente a las difi­cultades económicas para hacer libros, porque se pudieron hacer en Buenos Ai­res, sino al saboteo sistemático de los comunistas que dirigían el partido y que obedecían consignas de Buenos Aires. Y hay que reconocer que ahí pecaron nues­tros amigos, con Antonio Navarro y Jor­ge del Prado y hasta Hugo Pesce, que fueron colaboradores de Rabines. Des­pués, cuando ya en Chile el mismo Rabi­nes es puesto en disciplina, aquí ellos reaccionan. Y eso es en 1943. El cam­bio fue coincidente con un movimiento progresista de izquierda que se fundó en 1944: el Bloque Antifascista. Eran pro­fesionales de prestigio como Hugo Pesce, José Antonio Encinas, Ovidio García Rossell y un tisiólogo famoso. Se había disuelto la Tercera Internacional, porque era uno de los acuerdos de los Tres Gran­des, y había que apoyar a los gobiernos democráticos. Es ahí cuando el Partido Comunista apoya a Manuel Prado y un militante del Partido Comunista, Nicolás Terreros, es autor de la frase: «Prado es el Stalin peruano»…

Que entonces era un elogio…
–Era un elogio, efectivamente. Había que respaldar a Prado porque rompió con el Eje y le declaró la guerra. En esa épo­ca se produjo la reivindicación de Jorge del Prado porque Mariátegui era atacado en la propia Unión Soviética por exper­tos en movimientos de América Latina que acusaban a Mariátegui de ‘populista’ y afirmaban que no tuvo un planteamien­to socialista ni marxista. En la revista ‘Dialéctica’ de La Habana, se produjo el debate y Jorge del Prado y Moisés Arroyo Posada trataron de señalar, contra lo que ellos mismos habían sostenido, que Mariátegui estaba en la ortodoxia marxista, no diré stalinista, pero sí en la ortodoxia que en ese tiempo cuidaba la Unión Soviética. Hay esa etapa corta: todavía habría que esperar un tiempo para publicar en ruso los ‘7 Ensayos’, después de la guerra fría, en 1963.

Hito importante en la difusión del pensamiento de Mariátegui fue la decisión de los hijos de sacar, en 1955, la edición popular de los ‘7 Ensayos’: el famoso 7 Ensayos a 3 soles’…
–Sí. Nosotros habíamos observado que las ediciones de los libros de formato grande tomaban años en venderse. La gente tenía dificultades para comprar libros y había la necesidad de hacer edi­ciones populares. Sandro consiguió un formato de libro que se podía hacer en máquinas pequeñas, evitando el costo que significaba la costura con un pegamento importado. Y así se hizo. Después, en 1959, salió la primera serie de diez to­mitos para la Feria del Libro y hubo un entusiasmo muy grande por las obras completas. Luego hay una etapa, tam­bién larga, en la que van apareciendo gradualmente los otros diez tomos. En relación con ventas, el libro que más atrae es “7 Ensayos’ y le siguen ‘Ideología y Política’, ‘Defensa del marxismo’ y ‘Peruanicemos el Perú’.

De las obras de José Carlos, ¿Cuál es la que usted prefiere?
Bueno, los ‘7 Ensayos’ es el texto fundamental. Después, a mí me encanta ‘El alma matinal’, porque es el Mariátegui de los grandes tópicos, de los planteamientos filosóficos, de los grandes temas literarios y artísticos. Es un Mariátegui muy hondo, muy profundo. Ahora me parece importante también ‘Ideología y Política’ porque existen algunas tesis y planteamientos que se complementan con los editoriales de ‘Amauta’, es importan­te la visión en conjunto. Además me pa­rece muy importante ‘Defensa del mar­xismo’ de polémica y elaboración teórica y ‘Peruanicemos el Perú’, que reúne una serie de textos que pudieran haberse in­tegrado a los ‘7 Ensayos’, porque apare­cieron en la sección de ‘Mundial’ donde Mariátegui publicó casi todo lo corres­pondiente a los ‘7 Ensayos’. Entonces se puede decir que ‘Peruanicemos el Perú’ es un complemento de los ‘7 Ensayos’.

Ese era el nombre de una columna previa, que suscribía el periodista Gastón Roger (seudónimo de Ezequiel Balarezo Pinillos)… ¿Es así?
–Claro, pero un título demasiado gran­de para un periodista costumbrista y li­gero como Gastón Roger. A pedido del director de ‘Mundial’ entonces él dejó la columna y la asumió Mariátegui.

Al asumir esa columna, en setiem­bre de 1925, se produce un giro intere­sante en la producción de Mariátegui. Hasta esa fecha él había estado suscri­biendo mayormente sobre temas inter­nacionales, especialmente europeos; ahí comienza a escribir temas nacionales…
–Claro. Pero en realidad él tenía inte­rés en hacer las dos cosas paralelas. La invitación del director de ‘Mundial’, An­drés Avelino Aramburú, produjo un poco de susceptibilidad en Mariátegui, porque Gastón Roger era su amigo. Entonces Aramburú le aclaró que la columna per­tenecía a la revista. Mariátegui entró a ella al comienzo con poco entusiasmo y se fue enamorando del título gradualmen­te. Porque al comienzo pensaba, según me han contado, que eso de ‘peruanizar el Perú’ podía interpretarse como una especie de patrioterismo, de chauvinis­mo…

Ustedes eligieron ese nombre para el libro…
–Bueno, es que Mariátegui recuperó la acepción de peruanicemos al Perú; la ennobleció, le puso nueva sustancia.

Ahora está identificada con Mariá­tegui y ya no con ‘Mundial’ y menos con Gastón Roger…
–Totalmente identificada con Mariá­tegui, a tal punto que en muchos lugares se pone como lema de Mariátegui: ‘Pe­ruanicemos el Perú’.

Ucronías de Mariátegui, interpretan­do su posible actitud en 1931 y después, se han suscrito por miles. Es un tema controvertido. ¿Cuál sería su ucro­nía?
-Yo creo que el curso político del Perú habría tenido otro desarrollo con Mariátegui. ¡Su presencia era muy respetada!…

¿Habría entrado a la acción políti­ca?
-Por su carencia de ambiciones per­sonalistas, la acción política no lo atraía, casi diría que la rechazaba, pero segura­mente hubiese tenido que entrar en ella. Lo que sí Mariátegui no hubiera acepta­do nunca es el encasillamiento y la sumisión pasiva, y total a las consignas de ninguna organización como la Tercera Internacional. De eso no me cabe la me­nor duda.

Desde 1929 él se sentía muy aislado por las críticas que le hacían…
-Si, claro. Mariátegui tenía tres fren­tes contra él. Por un lado, el leguiísmo, que lo tenía prácticamente preso en su propia casa, cada vez con mayor saña; por otro lado, se había producido la rup­tura con Haya de la Torre y tenía por lo tanto un frente externo, por lo menos a través de la correspondencia; y después, el asedio de la Tercera Internacional… La agonía de Mariátegui, como decía Al­berto Flores Galindo, la polémica con el Komintern.

Ubicándonos en 1931, ¿considera usted contradictorio que la Tercera Internacional acuse a Mariátegui de ‘populista’ y ‘campesinista’, y que aquí, sin embargo, Robines y el PC lanzasen a un campesino apellidado Quispe como candidato presidencial?
–Claro. Esa fue la típica demagogia comunista, porque el comunismo tam­bién tiene su demagogia. Lo que pasa es que se hablaba de la República Quechua y Aimara y entonces se proponía a este obrero lampero de Morococha. Se utili­zaba al indio analfabeto como ‘significante’.

Y ese simbolismo, ¿no podía reflejar cierta íntima convicción respecto a la representatividad de las mayorías en el Perú?

–Yo creo que no. Fue algo postizo.

No me refería a Rabines, sino a la posibilidad de que Mariátegui hubiese simpatizado con una candidatura como ésa…
–Bueno, Mariátegui no creía en la im­provisación, no creía en el ‘bluff’ y ahí está la esencia de su ruptura con Haya y con el famoso Partido Nacionalista Li­bertador. Algo merecido era lo de Julián Quispe. Esa candidatura no era un juego limpio, porque ese pobre hombre no hu­biera podido hacer absolutamente nada, en el caso hipotético de haber llegado a ser Presidente de la República. Simple­mente utilizaron a un indígena como mas­carón de proa, porque era indio, porque era analfabeto, porque era monolingüe quechua, tratando de señalar que ése era un ‘rescate del campesino’. Y no era el rescate del campesino, porque él era obrero minero, que es casi un obrero industrial. Y no hay que olvidar que Ma­riátegui reivindica al indio como campe­sino…

Mariátegui decía: «La liberación de los indios vendrá por obra de los pro­pios indios» ¿Qué nos quiso decir…?
–Bueno, creía que había que hacer todo un trabajo educativo, un trabajo for­mativo, que generara conciencia de clase en la propia masa indígena.

También Mariátegui declaró caducas las tesis pedagógicas al abordar el problema indígena.
–Claro. Las tesis pedagógicas de alfa­betizar al indio y de occidentalizarlo. Pero sí creía que el indio tendría que tomar conciencia de su situación, conciencia de quiénes eran sus reales enemigos e in­corporarse a la dinámica social como cla­se campesina del Perú.

Mariátegui publicó ‘7 Ensayos’ en 1928 y el Perú ha cambiado mucho desde entonces. Sin embargo, en los colegios, por no mencionar a algunas universidades, se sigue, presentando a los ‘7 Ensayos’ como si fuese la imagen del Perú actual…
–Eso es cierto en términos generales, porque los problemas que analizó Mariátegui están vigentes o, como dice César Miró, se han complicado con el curso de los años. El problema del indio es hoy más duro que entonces; el problema de la tierra, el problema de la educación, en fin, creo que como análisis estructural de la realidad del país, como gran plantea­miento, como visión panorámica, ‘7 En­sayos’ está absolutamente vigente.

¿No se siente un poco incómodo al hablar de la vigencia de Mariátegui después de producida la caída del Muro de Berlín?
–No. Por el contrario. Todas las obje­ciones que se hicieron a Mariátegui en el campo socialista ahora resultan que son sus principales méritos.

¿Por ejemplo?
–Por ejemplo, lo que los chinos llamaban social-imperialismo que es el capitalismo’ de Estado, la rigidez del dogma­tismo ruso, esa dictadura del proletaria­do que duró 70 años, cosa insólita. Yo creo que la idea socialista no se ha que­brado. Se ha quebrado el estatismo, el stalinismo y el dogmatismo.

¿Qué entendía Mariátegui por ‘socia­lismo’?
–Mariátegui se refería a un orden so­cial y a un modo de vivir en libertad, con la mayor posibilidad para el desarrollo personal y para la capacidad de lograr los más elevados valores espirituales.

¿No será que a veces hacemos algo elásticos los pensamientos originales para tratar de darles permanente ac­tualidad?
–No me parece. Para Mariátegui el socialismo no era limitarse a la satisfac­ción de las necesidades básicas y resig­narse a una especie de homogenización chata y mediocre. La gente tiene necesi­dad de pensar, de laborar, de jugar con la esperanza, con nuevas creaciones, te­ner una actitud auspiciosa hacia el futu­ro.

En ‘Defensa del marxismo’ y en ‘La Escena Contemporánea’, Mariátegui se define como ‘socialista revolucionario’ y es muy duro al cuestionar al ‘socialis­mo reformista’ y al ‘socialismo parla­mentario, a quienes califica como ‘so­cialismo mediocre’…
–Eso sí, porque le parecía una visión atenuada, un marxismo que se había burocratizado, que sólo tenía por concepto ganar diputados y senadores e incorpo­rarse a la dinámica de la vida burguesa.

Pero él no juzga intenciones; él pa­rece descalificar métodos. Insinúa que entrar al juego parlamentario es una claudicación del socialismo.
–Así es, porque le hace perder al so­cialismo la mística revolucionaria. Una vez Hugo Pesce le preguntó a Mariátegui qué líder de izquierda le había impresio­nado más en Europa, dirigiéndose a la multitud. José Carlos dijo: «Enrico Mala­testa, este viejo anarquista comunicaba una emoción revolucionaria con un ver­bo iluminado y contundente como no lo he escuchado yo a nadie».

En el caso del Perú, hoy mismo, ¿existe ese ‘socialismo domesticado’?

–Quizá son aquellos que se acomodan para llegar a la Constituyente o para lle­gar al Parlamento. Hay mucho de ese socialismo domesticado’ en el Perú ac­tual.

¿Es cierto que él no escribió ningu­na crítica al concepto de ‘dictadura del proletariado’?
–No lo criticó de manera directa y consistente, pero creo que lo interpretó como uno de esos males necesarios por los cuales pasa necesaria y temporalmen­te un proceso revolucionario. Así fue como lo aceptó Mariátegui. Si la revolu­ción exigía lucha o un papel estoico, con deberes, lucha y sufrimiento, había que aceptarla así en un proceso revoluciona­rio.

Pero, ¿no contradice todo eso aquel socialismo en libertad?
–Así es. Pero en determinado momen­to puede haber un fenómeno crítico y en ese fenómeno crítico el hombre de pen­samiento socialista, el conductor de ma­sas, no puede ser un espectador indife­rente. Tiene que participar en esa misma lucha. Pero esa lucha es para construir una realidad más consistente, y es por lo tanto temporal y eso no fue lo que ocurrió en URSS. Mariátegui en una vida corta no tuvo ocasión para sufrir mayo­res desengaños. Algunas críticas al siste­ma soviético se las guardó para él o para su círculo íntimo. Menciono nuevamente a Hugo Pesce, porque él es un hombre con una mentalidad muy parecida a la de Mariátegui. Cuando en 1967 Pesce leyó el libro ‘El Primer Círculo’ de Solzjeni­tzin, en italiano, me dijo que dedicarle la vida a la idea socialista no significaba aceptar acríticamente las atrocidades que ocurrían penosamente en la Unión So­viética. Había en estas gentes una crítica que no se hacía pública para no debilitar al frente.

Hay una pregunta que lanzó Hugo Neira en 1973 y que tiene enorme ac­tualidad. El preguntaba por qué la iz­quierda peruana no había producido otro Mariátegui. ¿Qué le respondería usted en 1994?
–Bueno, que la verdad es ésa: que no ha habido otro Mariátegui. Decía Arturo Corcuera, en una carta reciente que la gente siempre se pregunta mucho «¿en qué momento se jodió el Perú?», Res­ponde: «el Perú se jodió cuando murió Mariátegui» y a un país como el nuestro, que le cuesta mucho crear un Mariáte­gui, no puede generarlo en corto plazo.

¿No es ése un criterio algo antimar­xista? Todo un movimiento que depende de una sola persona…
–No. Es que Mariátegui es el hombre-panorama. Países como el nuestro no se pueden dar el lujo de tener muchos Ma­riátegui. Es un fenómeno extraño. Cuan­do, por ejemplo, trato de entender a Ma­riátegui con los recursos de la psicología creativa, esos instrumentos no me sirven para nada. Con esos parámetros se pue­den seleccionar personal, gerentes o eje­cutivos, pero no para medir la genialidad. Es un poco la imagen que también trasmite Basadre.

¿Cómo le gustaría que se recuerde a Mariátegui ahora, a nivel nacional, en los colegios, en las universidades y en la cultura peruana en general?
–En su justa medida, como un pensa­dor muy significativo enceste siglo. Basadre decía que Mariátegui era un peruano representativo del siglo XX. Como un pensador universal como Martí, como Sarmiento, como Montalvo. En ese ni­vel.

¿Y a nivel de los pensadores perua­nos?
–Yo creo que ninguno. Ninguno es equiparable. Mariátegui fue un hombre excepcional y queda como un hombre-guía, como un hombre-panorama, en una época crítica que generó las condiciones para generar a un hombre que pensó lo que dijo.

¿Cree que es el momento de hacer el «aniversario y balance» de su obra, como él lo hubiese hecho?
–Creo que sí. Desde luego, no vamos a mitificar su imagen, no vamos a petrificarla. Eso sería ir contra el propio espíri­tu de Mariátegui. Pero Mariátegui repre­senta una época. Emilio Romero decía que este siglo es el siglo de Mariátegui y creo que hay que aceptarlo así.

Publicado por Editorial Periodistica Oiga en 1815