DOCTOR Javier Mariátegui, usted nació en 1928, ¿cuáles son sus primeros recuerdos de José Carlos Mariátegui?
–Mis recuerdos son simplemente amnésicos en lo que a mí concierne, porque un niño tiene recuerdos de su vida sólo a partir de los dos y medio o tres años, con firmeza recién a los cinco ‘memoria consolidada’. Al comienzo creí que algo me acordaba, pero eran ilusiones del recuerdo. Yo nací en la casa de Washington y fui un inocente testigo de la muerte. Conforme crecía, asimilaba el entorno, a reparar de las etapas duras que la familia pasaba, con cambios domiciliarios. Mi madre tuvo que ir desprendiéndose de muebles y otras cosas, para la subsistencia.
Hasta que pasamos a la calle Juan Pablo, donde mi madre pone una pensión con una vecina suya que vivía al lado de la casa de Washington. De eso sí tengo recuerdos nítidos.
Y del entierro, que fue muy impactante….
–Del entierro me cuentan que yo estaba perplejo. Me habían informado que había muerto mi papá y que yo no entendía que era eso. No entendía el concepto de muerte como pérdida del ser. Me cuenta una prima, Amalia Cavero, que yo repetía en mi lenguaje incipiente que me apenaba que estuviera mi papá más enfermo, cuando en realidad estaba muerto.
¿Y cómo fue descubriendo, ya no a Mariátegui padre, sino a Mariátegui pensador?
–Es que yo estuve siempre cercano a todo ello. Un ejemplo puede servirle. Yo estaba aprendiendo a leer y en la casa había un depósito de libros con una ruma de tomos de la Poesía de Eguren, una antología de su poesía. Era una edición mala, con muchas erratas, y Mariátegui no quiso que se difundiera. Iba a hacer una nueva edición. Recuerdo que las primeras letras las aprendí con las poesías de Eguren, que entonces me pareció que era lectura para niños. Eso fue parte de un proceso. Muy pronto vi también los papeles que dejó Mariátegui, las cosas por hacer, y comenzamos a experimentar los cuatro hijos el reclamo de nuestra madre de que nosotros, al llegar a cierta edad, tendríamos para ocuparnos de la obra de José Carlos.
Ese trabajo sería nuestro, ocuparnos, apenas estuviésemos en condiciones y en edad aparente, de la obra de Mariátegui. Igualmente recuerdo de esa época la presencia de Antonio Navarro Madrid, que estaba perseguido, y recuerdo que en el techo había un cobertizo y un aparato rústico de imprimir. Después me enteré que ese equipo, que para mí siempre fue misterioso, era un mimeógrafo donde seguramente se imprimía algún tipo de material propagandístico. Alguna vez también Rabines, que estaba perseguido, estuvo escondido unos días en la casa de la calle Agricultura, y es cuando se decide ensamblar sus obras ‘Defensa del marxismo’ y El alma matinal que Mariátegui había dejado prácticamente listos, para imprimirlos en Buenos Aires. Ana le pidió a Rabines que ayudara en la preparación, pero Rabines nunca tocó esos ejemplares. Alguna vez le dijo: «Anita todo esto ya está rancio; todo esto ya ha sido superado».
¿Qué significaba ‘rancio’ y ‘superado’?…
–Como añejo. Es que Rabines traía dos consignas: hay que ‘Desmariateguizar’ el partido, y hay que ‘desamautizar’ el partido. ‘Desmariateguizar’ era liquidar la figura de Mariátegui y dejarlo ahí, quizá como un remoto precursor. Y ‘desamautizar’ era quitarle todo lo que tenía de amplitud cultural…
El aspecto literario…
–Así es. Rabines cumplía ciegamente eso. De nada valía la amistad que había tenido con José Carlos. Era un cumplidor ciego de las consignas del Buró Sudamericano de la Tercera Internacional y de Codovilla, el secretario general, particularmente.
¿Y por qué Anita, entonces, le pide colaboración a Rabines?
–Es que estaba perseguido, escondido en casa de las hermanas, y en ese lapso cae por la casa unos días. Los papeles estaban en el escritorio y mi madre me cuenta que le pidió ordenarlos para editarlos y así cubrir incluso necesidades alimenticias nuestras, porque podía llegar algo de dinero por derechos de autor. Entonces había un cierto interés en publicar esos libros, incluso por razones prácticas. Esperaba los originales en Buenos Aires Samuel Gliesberg de la Editorial Babel. Pero Rabines saboteó esa publicación porque cumplía una consigna. Si no hay edición de los ‘7 Ensayos del ’30 al ’40, si los libros de Mariátegui no aparecen sino por nuestro esfuerzo, cuando nosotros entramos ya a ‘la edad de la razón’, es porque estaba vetado en Lima por la política represiva, en el exterior por los funcionarios de la Tercera Internacional.
Entonces es cierto lo que afirma Jorge Andújar: que la gran difusión de Mariátegui fue obra de los hijos, en los año ’50…
–Previamente nosotros hicimos, en 1943, la segunda edición de los ‘7 Ensayos’. Lo recuerdo porque yo estaba aún en el colegio, en el Maristas de Barranco, y los hermanos españoles eran casi todos falangistas o franquistas. Cuando apareció esa edición, uno de mis hermanos tuvo la ocurrencia de regalarle al más reaccionario de los curas un ejemplar y fui objeto de la burla y de la sátira de este cura por algún tiempo. Entonces el libro todavía era el ‘libro rojo’, el libro del escándalo. Había que tener cuidado…
O sea, estaba vetado por Rabines, y por el otro lado también…
–Vetado por la Iglesia. Vetado por la gente formal de derecha, por la gente oficial de gobierno. Si pudimos publicar los ‘7 Ensayos’ en 1943 fue porque durante el gobierno de Prado la guerra se decidía a favor de los aliados y había un poco de ‘oxígeno’ democrático para hacerlo…
¿Y todos los amigos de Mariátegui, todo el grupo intelectual que se reunió alrededor de ‘Amauta’, todos los corresponsales en provincias, por qué no hubo entre ellos una repercusión de los ‘7 Ensayos’ o de la obra de Mariátegui?
–Es que todo eso era como un sistema nervioso y Mariátegui era un centro: A su muerte, fue desactivado lo que ‘Amauta’ significaba como gran proyecto, cultural y político, y se perdió todo. Esa es una de las razones por las que el Apra tuvo auge desde el principio. El Apra no existía en el Perú. Estaba conformado por grupos de universitarios desterrados en distintos lugares y eran en realidad muy pocos. La fuerza obrera, la fuerza organizada, la CGTP, todo eso respondía a Mariátegui.
Pero la CGTP estuvo después con Rabines…
–Estuvo con Rabines, sí, pero era gente radicalizada e inmadura, como dice Hugo Pesce en el prólogo a Ideología y Política. Se sintieron desorientados con la muerte de Mariátegui y muchos se fueron al Apra. Me contaba que él mismo se inscribió en el Apra porque había que militar. Caído Leguía, había que hacer algo. El país vivía una situación confusa.
Entonces, ¿se sintieron desorientados por la caída de Leguía o por la muerte de Mariátegui?
–Pienso que las dos cosas. La muerte de Mariátegui fue la caída de su proyecto de partido socialista y la caída de Leguía fue un fermento que agitó la escena social, hay mucha fuerza en el debate, se discute mucho lo político, el país vivía la recesión del ’29 al 32’… Es interesante ver cómo incluso comités del Partido Socialista fuera de Lima se transformaron en comités apristas. Como Rabines predicaba la consigna «clase contra clase», había tipos conciliadores, que pensaban en una transición democrática y no se sentían cómodos en un Partido Comunista. Entonces optaron por el aprismo.
Aun así es curioso que el término ‘mariateguismo’, que era una palabra peyorativa con Rabines, fuese reivindicada por Jorge del Prado, alrededor del Partido Comunista nuevamente…
–Claro. Jorge del Prado habla de «volver a Mariátegui», porque durante largo tiempo la expresión ‘mariateguismo’ era un modo de descartar gente y sindicarla negativamente, puesto que era un heterodoxo, como un hombre fuera de la línea dogmática y de los cánones de la organización internacional. La difusión escasa del pensamiento de José Carlos se debe entonces no solamente a las dificultades económicas para hacer libros, porque se pudieron hacer en Buenos Aires, sino al saboteo sistemático de los comunistas que dirigían el partido y que obedecían consignas de Buenos Aires. Y hay que reconocer que ahí pecaron nuestros amigos, con Antonio Navarro y Jorge del Prado y hasta Hugo Pesce, que fueron colaboradores de Rabines. Después, cuando ya en Chile el mismo Rabines es puesto en disciplina, aquí ellos reaccionan. Y eso es en 1943. El cambio fue coincidente con un movimiento progresista de izquierda que se fundó en 1944: el Bloque Antifascista. Eran profesionales de prestigio como Hugo Pesce, José Antonio Encinas, Ovidio García Rossell y un tisiólogo famoso. Se había disuelto la Tercera Internacional, porque era uno de los acuerdos de los Tres Grandes, y había que apoyar a los gobiernos democráticos. Es ahí cuando el Partido Comunista apoya a Manuel Prado y un militante del Partido Comunista, Nicolás Terreros, es autor de la frase: «Prado es el Stalin peruano»…
Que entonces era un elogio…
–Era un elogio, efectivamente. Había que respaldar a Prado porque rompió con el Eje y le declaró la guerra. En esa época se produjo la reivindicación de Jorge del Prado porque Mariátegui era atacado en la propia Unión Soviética por expertos en movimientos de América Latina que acusaban a Mariátegui de ‘populista’ y afirmaban que no tuvo un planteamiento socialista ni marxista. En la revista ‘Dialéctica’ de La Habana, se produjo el debate y Jorge del Prado y Moisés Arroyo Posada trataron de señalar, contra lo que ellos mismos habían sostenido, que Mariátegui estaba en la ortodoxia marxista, no diré stalinista, pero sí en la ortodoxia que en ese tiempo cuidaba la Unión Soviética. Hay esa etapa corta: todavía habría que esperar un tiempo para publicar en ruso los ‘7 Ensayos’, después de la guerra fría, en 1963.
Hito importante en la difusión del pensamiento de Mariátegui fue la decisión de los hijos de sacar, en 1955, la edición popular de los ‘7 Ensayos’: el famoso 7 Ensayos a 3 soles’…
–Sí. Nosotros habíamos observado que las ediciones de los libros de formato grande tomaban años en venderse. La gente tenía dificultades para comprar libros y había la necesidad de hacer ediciones populares. Sandro consiguió un formato de libro que se podía hacer en máquinas pequeñas, evitando el costo que significaba la costura con un pegamento importado. Y así se hizo. Después, en 1959, salió la primera serie de diez tomitos para la Feria del Libro y hubo un entusiasmo muy grande por las obras completas. Luego hay una etapa, también larga, en la que van apareciendo gradualmente los otros diez tomos. En relación con ventas, el libro que más atrae es “7 Ensayos’ y le siguen ‘Ideología y Política’, ‘Defensa del marxismo’ y ‘Peruanicemos el Perú’.
De las obras de José Carlos, ¿Cuál es la que usted prefiere?
Bueno, los ‘7 Ensayos’ es el texto fundamental. Después, a mí me encanta ‘El alma matinal’, porque es el Mariátegui de los grandes tópicos, de los planteamientos filosóficos, de los grandes temas literarios y artísticos. Es un Mariátegui muy hondo, muy profundo. Ahora me parece importante también ‘Ideología y Política’ porque existen algunas tesis y planteamientos que se complementan con los editoriales de ‘Amauta’, es importante la visión en conjunto. Además me parece muy importante ‘Defensa del marxismo’ de polémica y elaboración teórica y ‘Peruanicemos el Perú’, que reúne una serie de textos que pudieran haberse integrado a los ‘7 Ensayos’, porque aparecieron en la sección de ‘Mundial’ donde Mariátegui publicó casi todo lo correspondiente a los ‘7 Ensayos’. Entonces se puede decir que ‘Peruanicemos el Perú’ es un complemento de los ‘7 Ensayos’.
Ese era el nombre de una columna previa, que suscribía el periodista Gastón Roger (seudónimo de Ezequiel Balarezo Pinillos)… ¿Es así?
–Claro, pero un título demasiado grande para un periodista costumbrista y ligero como Gastón Roger. A pedido del director de ‘Mundial’ entonces él dejó la columna y la asumió Mariátegui.
Al asumir esa columna, en setiembre de 1925, se produce un giro interesante en la producción de Mariátegui. Hasta esa fecha él había estado suscribiendo mayormente sobre temas internacionales, especialmente europeos; ahí comienza a escribir temas nacionales…
–Claro. Pero en realidad él tenía interés en hacer las dos cosas paralelas. La invitación del director de ‘Mundial’, Andrés Avelino Aramburú, produjo un poco de susceptibilidad en Mariátegui, porque Gastón Roger era su amigo. Entonces Aramburú le aclaró que la columna pertenecía a la revista. Mariátegui entró a ella al comienzo con poco entusiasmo y se fue enamorando del título gradualmente. Porque al comienzo pensaba, según me han contado, que eso de ‘peruanizar el Perú’ podía interpretarse como una especie de patrioterismo, de chauvinismo…
Ustedes eligieron ese nombre para el libro…
–Bueno, es que Mariátegui recuperó la acepción de peruanicemos al Perú; la ennobleció, le puso nueva sustancia.
Ahora está identificada con Mariátegui y ya no con ‘Mundial’ y menos con Gastón Roger…
–Totalmente identificada con Mariátegui, a tal punto que en muchos lugares se pone como lema de Mariátegui: ‘Peruanicemos el Perú’.
Ucronías de Mariátegui, interpretando su posible actitud en 1931 y después, se han suscrito por miles. Es un tema controvertido. ¿Cuál sería su ucronía?
-Yo creo que el curso político del Perú habría tenido otro desarrollo con Mariátegui. ¡Su presencia era muy respetada!…
¿Habría entrado a la acción política?
-Por su carencia de ambiciones personalistas, la acción política no lo atraía, casi diría que la rechazaba, pero seguramente hubiese tenido que entrar en ella. Lo que sí Mariátegui no hubiera aceptado nunca es el encasillamiento y la sumisión pasiva, y total a las consignas de ninguna organización como la Tercera Internacional. De eso no me cabe la menor duda.
Desde 1929 él se sentía muy aislado por las críticas que le hacían…
-Si, claro. Mariátegui tenía tres frentes contra él. Por un lado, el leguiísmo, que lo tenía prácticamente preso en su propia casa, cada vez con mayor saña; por otro lado, se había producido la ruptura con Haya de la Torre y tenía por lo tanto un frente externo, por lo menos a través de la correspondencia; y después, el asedio de la Tercera Internacional… La agonía de Mariátegui, como decía Alberto Flores Galindo, la polémica con el Komintern.
Ubicándonos en 1931, ¿considera usted contradictorio que la Tercera Internacional acuse a Mariátegui de ‘populista’ y ‘campesinista’, y que aquí, sin embargo, Robines y el PC lanzasen a un campesino apellidado Quispe como candidato presidencial?
–Claro. Esa fue la típica demagogia comunista, porque el comunismo también tiene su demagogia. Lo que pasa es que se hablaba de la República Quechua y Aimara y entonces se proponía a este obrero lampero de Morococha. Se utilizaba al indio analfabeto como ‘significante’.
Y ese simbolismo, ¿no podía reflejar cierta íntima convicción respecto a la representatividad de las mayorías en el Perú?
–Yo creo que no. Fue algo postizo.
No me refería a Rabines, sino a la posibilidad de que Mariátegui hubiese simpatizado con una candidatura como ésa…
–Bueno, Mariátegui no creía en la improvisación, no creía en el ‘bluff’ y ahí está la esencia de su ruptura con Haya y con el famoso Partido Nacionalista Libertador. Algo merecido era lo de Julián Quispe. Esa candidatura no era un juego limpio, porque ese pobre hombre no hubiera podido hacer absolutamente nada, en el caso hipotético de haber llegado a ser Presidente de la República. Simplemente utilizaron a un indígena como mascarón de proa, porque era indio, porque era analfabeto, porque era monolingüe quechua, tratando de señalar que ése era un ‘rescate del campesino’. Y no era el rescate del campesino, porque él era obrero minero, que es casi un obrero industrial. Y no hay que olvidar que Mariátegui reivindica al indio como campesino…
Mariátegui decía: «La liberación de los indios vendrá por obra de los propios indios» ¿Qué nos quiso decir…?
–Bueno, creía que había que hacer todo un trabajo educativo, un trabajo formativo, que generara conciencia de clase en la propia masa indígena.
También Mariátegui declaró caducas las tesis pedagógicas al abordar el problema indígena.
–Claro. Las tesis pedagógicas de alfabetizar al indio y de occidentalizarlo. Pero sí creía que el indio tendría que tomar conciencia de su situación, conciencia de quiénes eran sus reales enemigos e incorporarse a la dinámica social como clase campesina del Perú.
Mariátegui publicó ‘7 Ensayos’ en 1928 y el Perú ha cambiado mucho desde entonces. Sin embargo, en los colegios, por no mencionar a algunas universidades, se sigue, presentando a los ‘7 Ensayos’ como si fuese la imagen del Perú actual…
–Eso es cierto en términos generales, porque los problemas que analizó Mariátegui están vigentes o, como dice César Miró, se han complicado con el curso de los años. El problema del indio es hoy más duro que entonces; el problema de la tierra, el problema de la educación, en fin, creo que como análisis estructural de la realidad del país, como gran planteamiento, como visión panorámica, ‘7 Ensayos’ está absolutamente vigente.
¿No se siente un poco incómodo al hablar de la vigencia de Mariátegui después de producida la caída del Muro de Berlín?
–No. Por el contrario. Todas las objeciones que se hicieron a Mariátegui en el campo socialista ahora resultan que son sus principales méritos.
¿Por ejemplo?
–Por ejemplo, lo que los chinos llamaban social-imperialismo que es el capitalismo’ de Estado, la rigidez del dogmatismo ruso, esa dictadura del proletariado que duró 70 años, cosa insólita. Yo creo que la idea socialista no se ha quebrado. Se ha quebrado el estatismo, el stalinismo y el dogmatismo.
¿Qué entendía Mariátegui por ‘socialismo’?
–Mariátegui se refería a un orden social y a un modo de vivir en libertad, con la mayor posibilidad para el desarrollo personal y para la capacidad de lograr los más elevados valores espirituales.
¿No será que a veces hacemos algo elásticos los pensamientos originales para tratar de darles permanente actualidad?
–No me parece. Para Mariátegui el socialismo no era limitarse a la satisfacción de las necesidades básicas y resignarse a una especie de homogenización chata y mediocre. La gente tiene necesidad de pensar, de laborar, de jugar con la esperanza, con nuevas creaciones, tener una actitud auspiciosa hacia el futuro.
En ‘Defensa del marxismo’ y en ‘La Escena Contemporánea’, Mariátegui se define como ‘socialista revolucionario’ y es muy duro al cuestionar al ‘socialismo reformista’ y al ‘socialismo parlamentario, a quienes califica como ‘socialismo mediocre’…
–Eso sí, porque le parecía una visión atenuada, un marxismo que se había burocratizado, que sólo tenía por concepto ganar diputados y senadores e incorporarse a la dinámica de la vida burguesa.
Pero él no juzga intenciones; él parece descalificar métodos. Insinúa que entrar al juego parlamentario es una claudicación del socialismo.
–Así es, porque le hace perder al socialismo la mística revolucionaria. Una vez Hugo Pesce le preguntó a Mariátegui qué líder de izquierda le había impresionado más en Europa, dirigiéndose a la multitud. José Carlos dijo: «Enrico Malatesta, este viejo anarquista comunicaba una emoción revolucionaria con un verbo iluminado y contundente como no lo he escuchado yo a nadie».
En el caso del Perú, hoy mismo, ¿existe ese ‘socialismo domesticado’?
–Quizá son aquellos que se acomodan para llegar a la Constituyente o para llegar al Parlamento. Hay mucho de ese socialismo domesticado’ en el Perú actual.
¿Es cierto que él no escribió ninguna crítica al concepto de ‘dictadura del proletariado’?
–No lo criticó de manera directa y consistente, pero creo que lo interpretó como uno de esos males necesarios por los cuales pasa necesaria y temporalmente un proceso revolucionario. Así fue como lo aceptó Mariátegui. Si la revolución exigía lucha o un papel estoico, con deberes, lucha y sufrimiento, había que aceptarla así en un proceso revolucionario.
Pero, ¿no contradice todo eso aquel socialismo en libertad?
–Así es. Pero en determinado momento puede haber un fenómeno crítico y en ese fenómeno crítico el hombre de pensamiento socialista, el conductor de masas, no puede ser un espectador indiferente. Tiene que participar en esa misma lucha. Pero esa lucha es para construir una realidad más consistente, y es por lo tanto temporal y eso no fue lo que ocurrió en URSS. Mariátegui en una vida corta no tuvo ocasión para sufrir mayores desengaños. Algunas críticas al sistema soviético se las guardó para él o para su círculo íntimo. Menciono nuevamente a Hugo Pesce, porque él es un hombre con una mentalidad muy parecida a la de Mariátegui. Cuando en 1967 Pesce leyó el libro ‘El Primer Círculo’ de Solzjenitzin, en italiano, me dijo que dedicarle la vida a la idea socialista no significaba aceptar acríticamente las atrocidades que ocurrían penosamente en la Unión Soviética. Había en estas gentes una crítica que no se hacía pública para no debilitar al frente.
Hay una pregunta que lanzó Hugo Neira en 1973 y que tiene enorme actualidad. El preguntaba por qué la izquierda peruana no había producido otro Mariátegui. ¿Qué le respondería usted en 1994?
–Bueno, que la verdad es ésa: que no ha habido otro Mariátegui. Decía Arturo Corcuera, en una carta reciente que la gente siempre se pregunta mucho «¿en qué momento se jodió el Perú?», Responde: «el Perú se jodió cuando murió Mariátegui» y a un país como el nuestro, que le cuesta mucho crear un Mariátegui, no puede generarlo en corto plazo.
¿No es ése un criterio algo antimarxista? Todo un movimiento que depende de una sola persona…
–No. Es que Mariátegui es el hombre-panorama. Países como el nuestro no se pueden dar el lujo de tener muchos Mariátegui. Es un fenómeno extraño. Cuando, por ejemplo, trato de entender a Mariátegui con los recursos de la psicología creativa, esos instrumentos no me sirven para nada. Con esos parámetros se pueden seleccionar personal, gerentes o ejecutivos, pero no para medir la genialidad. Es un poco la imagen que también trasmite Basadre.
¿Cómo le gustaría que se recuerde a Mariátegui ahora, a nivel nacional, en los colegios, en las universidades y en la cultura peruana en general?
–En su justa medida, como un pensador muy significativo enceste siglo. Basadre decía que Mariátegui era un peruano representativo del siglo XX. Como un pensador universal como Martí, como Sarmiento, como Montalvo. En ese nivel.
¿Y a nivel de los pensadores peruanos?
–Yo creo que ninguno. Ninguno es equiparable. Mariátegui fue un hombre excepcional y queda como un hombre-guía, como un hombre-panorama, en una época crítica que generó las condiciones para generar a un hombre que pensó lo que dijo.
¿Cree que es el momento de hacer el «aniversario y balance» de su obra, como él lo hubiese hecho?
–Creo que sí. Desde luego, no vamos a mitificar su imagen, no vamos a petrificarla. Eso sería ir contra el propio espíritu de Mariátegui. Pero Mariátegui representa una época. Emilio Romero decía que este siglo es el siglo de Mariátegui y creo que hay que aceptarlo así.